Hola Ricardo, te escribo, ya sabes, por cuando lo de no rozarnos lo llevaste un poco lejos. Bien podrías haberme ayudado cuando me atraganté con el caramelo. Mientras el río era solo rio y cogíamos flores para dejar en mi regazo… muertas para nada más que la belleza de verlas posadas sobre el vestido… Ahí fue, tú diciéndome que mejor no creer en nada y yo tosiendo y tosiendo, ya con el óbolo preparado para el barquero y tu venga a ver discurrir el río.

Ay Ricardo, que al final ni envidia ni desasosiego, que no me rozaste ni para intentar salvarme. Pero supongo que para ti la vida era un lienzo de otro autor, algo que mirar desde la ventana y allí me dejaste, más azul y secándome junto con las flores.

Sé que la vida a veces es así, transitando entre poesía y atragantarse, mucha flor y poco aroma. Así que en realidad te escribo para decirte que te perdono R. Quizá yo, tampoco te habría rozado.

Lidia

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