He cumplido mi promesa: te he enviado todos los meses una postal con alegres estampas de futuro y de esperanza, y con mis comentarios acerca de cómo me sentía, cómo afrontaba la soledad, en qué pasaba mis largos momentos de ocio.

Todos los meses describí mis pensamientos con amor y resignación y logré que las postales llegaran a tus manos. Pero eso se acaba con esta, que será la última.

Hoy me han confirmado que mañana será el día tan temido como inevitable. Mañana, finalmente, se cumplirá la sentencia. Mi última apelación ha sido denegada y la esperanza final,  la indulgencia del Gobernador, sabemos que nunca llegará: ¿cómo habría de indultarme el hombre al que le robé el amor de su mujer, el que ha utilizado su poder para cargar sobre mis espaldas el crimen que él mismo cometió al no poder aceptar su derrota?

Madre, ya no deberás rezar más por mi vida, hazlo por mi alma. Pero no te preocupes, me ha dicho mi abogado que no sentiré nada, será solo una inyección y luego el vacío final… o el reencuentro con ella. Pensaré en ti hasta el último momento. Adiós.

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