Siento su mirada sobre mí. Está dudando, quizás planeando su jugada. Ansío que se acerque y así lo hace. Me toma suavemente, siento el calor de su mano sobre mi cuerpo. Me sabe dócil. Sigo su ritmo acompasado mientras me apoya cada vez más fuerte y rápido contra el escritorio. Escucho su respiración agitada, ¿está acaso ruborizado?
No quiero que se acabe y, sin embargo, ambos sabemos que no podemos seguir mucho tiempo más. El profesor nos interrumpe.
– Tiempo, alumnos. A leer lo que han escrito.

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