Tus labios me despertaron. Sentí cómo tu saliva rozaba mi lengua y se colaba en mi garganta, dejando ese sabor casi olvidado.

No me asusté, aunque tú estés muerto. Decidí disfrutar del viaje de tu saliva, que se escurrió hasta el estómago, buscando mariposas cursis. Luego se dirigió hacia mi sexo y revivió temblores enterrados.

Un torrente caudaloso inundó el brazo derecho, provocando un intenso hormigueo. Y explotó.

Tu saliva inquieta se escapó por mi mano, convertida en tinta. En este relato.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS