Entré en el cajero. Un mendigo dormía en el suelo. Introduje mi tarjeta. Un gemido me obligó a mirar. La sangre me recordó las palabras de mi profesor citando a Lorca:

“No llega si no ve posibilidad de muerte.”

Me agaché y le levanté la manta y la camiseta.

“Él, ama la herida.”

Acerqué mi mano para meter mis dedos en la llaga. El dolor despertó al hombre, que me empujó. Caí de espaldas y me golpee la cabeza. Cuando perdí el sentido, vi al duende:

Estaba dentro, en mis tripas, riéndose de mí.

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