Aspiré el olor a madera vieja y papel usado. Caminé por el estrecho pasillo que me conducía al taller de escritura.

– ¡No tiembles! -me dije, aferrándome con fuerza a la emoción de un proyecto tantas veces aplazado.

Me sentí insegura, débil, vulnerable, pero sabía que tras aquella puerta, Seshat me esperaba con los brazos abiertos y yo necesitaba aquel abrazo.

¡Quince pares de ojos me observaban con mi misma conmoción!

Cogí mi pluma, os miré , y llena de alegría, comencé a llorar palabras.

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