Lo primero que vi cuando me monté en el asiento trasero del Chevrolet con los parachoques abollados, fue un calcetín solitario encima de una cinta americana y un bote de vaselina.
El único viaje disponible en BlaBlaCar desde este pueblucho empezó como una película de dos guiris metiéndose en un carro de narcos. Tuvimos que entrar por la única puerta no atascada. Nosotras primero, luego el conductor con su chaleco raído de cuero y al final su compinche con la melena recogida por una bandana.
Mil pensamientos pasaron por mi cabeza. Regla número uno: Nunca subas a un coche con dos desconocidos en un lugar perdido. No me pude creer que mi compañera se quedara tan tranquila cuando le señalé mi descubrimiento.
El colega del conductor tomó el último trago de whisky y empezó a pelar una manzana con su navaja. Escribí rápidamente unos WhatsApp con la descripción y matrícula del coche para que tuvieran una pista por si encontraran nuestros cuerpos en algún acantilado.
Mi amiga sacó su tercer sándwich que había comprado durante la larga espera en el parking. Ni siquiera nos pidieron disculpas cuando aparecieron casi hora más tarde en el punto de encuentro en el polígono industrial.
Con la música heavy metal a tope, salimos de la autopista a un camino rural. Alcé la voz algo temblorosa:
“Vamos a Madrid directo, ¿verdad? ¡Tengo que dar una clase!”
Se rieron. No sé si de mi miedo o de pensar en sus planes con nosotras. Intentaba recordar las llaves que aprendí en mi única clase de Aikido. Mi amiga se había dormido con la nana hardcore. Quedaba yo sola para defendernos.
El colega peludo puso morritos al conductor reclamando un beso.
“¡Ahora no! Ya nos divertiremos.”
Mi pulso superó la velocidad máxima permitida, cuando frenamos de repente.
“¡Nena, pásame la cinta americana!”
Señor Chaleco salió, acercándose al maletero. Me estremecía con cada golpe en mi respaldo. Continuamos el viaje.
Mr. Melena empezó a acariciar la pierna del chófer.
“Cariño, ¿Dejamos a las chavalas en su trabajo?”
El del chaleco asentía me gritó por encima de los ronquidos de mi amiga.
“¿Dirección? No puedo entrar en el centro, pero qué más da.”
Dando una vuelta en redondo, entró por las cuatro torres de la capital. Rápidamente, desperté a mi amiga. Cuando nos bajamos, los dos rockeros estaban apoyados en el maletero encintado, intercambiando besos pasionales.
“Dejadnos buena reseña.”