Las 9.40 era la hora concertada, Era mi segundo viaje en Blablacar y mientras mi marido me llevaba al punto de encuentro con Fernando me sentí como una adolescente, orgullosa de haber vencido el miedo a ser incongruente con mi imagen elegante añosa.
Iba a Sevilla para una celebración entre compañeros y mi maleta para tres días tiraba a grande: estaba preocupada. Respiré cuando mi anfitrión acomodó el equipaje, sin rechistar, e su Dacia.
Apenas nos entretuvimos porque, tras la creación de un carril bici, no había espació para que el coche se detuviera sin interrumpir el intenso tráfico de la plaza. Me coloqué detrás del conductor junto a una joven silenciosa, con aparatosos cascos, que desde el principio hasta el final del viaje estuvo oyendo música, de ella apenas supimos que era profesora de nacionalidad estadounidense y origen dominicano. Delante, al lado del conductor se sentaba María con la que, quizá por tenerla en diagonal, estuve hablando todo el tiempo, dándole “consejos no pedidos” sobre lo que le convendría hacer cuando terminara su carrera de ingeniera, Creo que los agradecía. Fernando mostraba interés en mis sugerencias para aplicarlos a sus hijas.
Surgieron muchos temas en conversaciones henchidas de confianza. El trayecto, incluso con las obras que encontramos, se nos hizo increíblemente corto. Cuatro personas distintas en edad y en estilo nos interconectamos en el proyecto común de hacer un viaje: ¡qué maravilla!
Scarlett, María, Fernando y yo nos intercambiamos los teléfonos porque de ese viaje, que yo viví como aventura, ha surgido una relación que quizá en algún momento fructifique.
Blablacar me ha ayudado reforzar mi teoría de que hay que comportarse como un río que fluye lamiendo las orillas del cauce para nutrir el agua que contiene, que hay que disfrutar la vida “encontrando” serendipias: descubrimientos notables a los que se llega, aparentemente, de forma accidental.
Blablacar optimiza la experiencia de recorrer mundo.
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