Tengo la suerte de residir en una calle ancha, sus esquinas y amplias aceras adornadas por variados árboles que, ahora que estamos atravesando la estación invernal, aparecen sus ramas casi peladas de hojas. Sus hojas amarillas y marrones, forman una especie de alfombra multicolor, en la que clavamos nuestros pies al pasar.

La casa que habito es sumamente acogedora, todos los vecinos nos conocemos desde hace ya muchos años, aunque algunos por ley de vida, desafortunadamente nos han abandonado, siendo otras personas jóvenes quienes han venido a sustituirlas. Nos saludamos en el ascensor, aprovechando para intercambiar una pequeña conversación que, nos invita a comenzar un bello día.

Con la llegada de La Navidad, sus árboles, escaparates así como algunos balcones, se encuentran adornados con bombillas multicolores más toda clase de adornos inverosímiles.

Las aceras están más concurridas que de costumbre, teniéndote que ladear constantemente para no tropezar con tu vecino. Personalmente, es una gran incomodidad, ya que estoy acostumbrada a pisar sus baldosines tranquilamente.

La Navidad en lugar de representar el nacimiento de Jesús, se ha convertido en una celebración de compras, el inmenso gentío se apresura por sus calles con sus brazos colmados de bolsas de regalos, mientras en sus cabezas revolotean sin cesar pensamientos anómalos.

Miro al cielo para ver si el sol quiere alumbrarnos con su luz natural y calentarnos con su fuerza de este rigor invernal, pero hoy no ha querido hacernos este regalo.

Junto toda esta belleza de luces y coloridos, los sin techo amanecen acomodados en los pequeños rincones, resguardados del fuerte viento de estos invernales días, con unas mantas regaladas por algunas personas generosas. En numerosas ocasiones han pasado voluntarios para ofrecerles un albergue para pasar estas noches tan duras, tan largas, tan solos, negras y bravas, con vientos y aguas.. Pero ellos no aceptan, prefieren su libertad.

En mi calle han proliferado las terrazas, con sus lindas casitas, bien acomodadas por sus estufas y ahora en estos días navideños completamente iluminadas. He de confesar que resultan muy agradables para tomar un café o refrigerio, intercambiando estos días las felicitaciones propias de la Navidad.

A propósito de las terrazas y estas fiestas, me vais a permitir que os narre una historia que nos aconteció.

Estábamos reunidos parte de la familia, degustando una sabrosa paella cuando un necesitado se nos acercó. Mi marido le dijo: ¿Te apetece un platito de paella?- Pues si respondió. Le colocó un plato de paella. Mientras él muy educado cogió el plato y se colocó para tomarla al borde de la escalera del portal de enfrente.

Pero algo pasó por la mente de mi marido, seguramente la conciencia y le pareció mezquino que estuviera allí solo de mala manera degustando el arroz, así que le llamó y preguntándole su nombre, le contestó: Mi nombre es Miguel.

Seguro te apetece tomar un cafecito con una copita de coñac y un purito. Se sentó con nosotros y ¡cual sería nuestra sorpresa!, cuando entre copa y copa y el humo de los puros iban llenando la mesa, empezó a narrarnos parte de su historia. Nos dejó boquiabiertos, pues Miguel era como un sabio que hubiera bajado del cielo. Empezó a filosofar sobre el porqué estamos en este planeta y otras muchas cuestiones que ahora no recuerdo. Nadie de los comensales fuimos capaces de responderle, pues sus principios y teorías eran tan elevados que era imposible llegar a su altura. Fue una conversación tan agradable que prolongamos la tertulia hasta las seis y media de la tarde. Las copas iban repitiéndose a medida que la conversación nos intrigaba.

Los camareros nos miraban algo extrañados, entre otras cosas por el desaliño de Miguel y supongo también porque deseaban recoger la mesa.

Al final y con gran pesar, le dijimos: Miguel tendremos que levantarnos, pero te agradecemos todos los conocimientos que nos has transmitido.

Pensé que lo que nos había enseñado quedaría en mi mente para siempre, pero eh aquí que mi cerebro no ha podido retenerlo.

Ahora bien, su nombre permanecerá intacto en mi recuerdo, para todos nosotros fue como una aparición. Donde quiera que estés te mando un abrazo por los ratos de sabiduría que supiste transmitirnos. Por eso, c reo tenemos que pensar que los sin techo, pueden llevar dentro de su ser no solo el vino que vemos, sino por dentro la gran filosofía de la vida.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS