La querida empanada chilena.

La querida empanada chilena.

VintageLover

10/08/2020

¡Qué linda es la empanada chilena! Cuando mi madre me la pone a la mesa, lo primero en lo que me fijo es en sus encantadores bordes dorados, miro en detalle y reconozco su textura frita que le otorga ese saborcito crujiente, todo tan típico de nuestro sur. Sobre la superficie veo al huasito danzando con su huasa #bocadillo en un conmemorativo y legendario 18 de septiembre, en las fiestas patrias #bocadillo . ¿Quién se podría aguantar? Le tomo con las manos y ahí va el primer mordisco deseoso, la boca se nos hace agua a los chilenos a tan sólo haber rozado con la lengua su cascarita esencial, que equilibra los sabores rústicos del pino interior. Ahí ocurre la magia, eso creemos todos. De apresurados, se nos quema la lengua, ¡estaba recién sacada del aceite!, pero, ¡qué importa! Si luego viene el placer. El comino nos envuelve la mente en un embrujo natural, parecemos sentir la Madre Tierra en nuestro paladar, rico y tan simple, el comino en una empanada se convierte en el Dios de los condimentos. Así nos lleva de la mano a tierras ancestrales, y ahí, con regocijo, llega la deliciosa y tierna carne que se dobla dócilmente resignada a ser saboreada, le mordemos con pasión, un sabor blandito y protagonista. Pero, sinceramente, ¿qué sería de la carne sin la cebolla? Si esta la abraza casi como en un baile inmortal en donde la predestinación juega su rol más imprescindible. La carne sin su cebolla no es nada. La cebolla le otorga el alma, su razón de ser. Ah, ¡y el huevo! Con su sabor particular, cocido, aparece distinto, resaltador, el paladar se alegra al probarlo… y su primo lejano, la aceituna, que es como «la guinda de la torta», ¿quién no se aparta sigilosamente la aceituna para el final? ¡Todos! Menos yo, porque no me gusta. Pero mi hermano… ay mi hermano… él ama las aceitunas y dice que son… un tesoro del sabor… que quien coma empanada, sabe, con inteligencia, que la aceituna siempre estará en el borde final, esperando, a ser bien degustada, como Dios manda. 

¿Pero a qué sabe en definitiva la empanada? Yo creo que sabe a hogar, a recuerdos, a tradición, a patria, a momentos que no volverán, a nostalgia, a familiares amados que se han ido, a infancia, a felicidad, a celebración… a tantas cosas al final del día. No es tanto lo rico, sino lo que produce en nosotros su sabor. Le asociamos a la brevedad del tiempo, al disfrute en familia. A nuestros viejos y abuelos, sentados a la mesa, a campo. ¿Qué somos nosotros sin nuestro pasado? ¡Nadie! Vacíos, andaríamos por el mundo, por eso yo he creído, que la empanada, es el sabor más antiguo, natural, preciado y repetitivo, que aparece y se queda sin ser cansino, que nos hace quererla, por sobre todas las cosas, en un meramente personal 18 de septiembre. Porque cuando la fiesta llega, hay que darle, definitivamente, su preciosa mordida.

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