Muchas veces lo que vemos o acontece en la calle, amerita una historia. Esta es la historia de un ángel verde- azulado, dibujado en una pared, de la calle Rosario de Santa Fe, a metros de la entrada del viejo Hospital San Roque, Hospital escuela de la Ciudad de Córdoba, Argentina. Tuve conocimiento de ella cuando cursaba cuarto año de medicina y pertenece a las “ HISTORIAS INCREÍBLES” de los que llamamos “PACIENTES LEYENDAS”.
A las tres y treinta horas de la madrugada fuertes golpes en la puerta de la sala de médicos nos hicieron saltar y correr al pasillo, donde nos informaron de que dos policías estaban ingresando un paciente que había sido apuñalado.
Lo encontraron a pocos metros de la entrada al hospital. Era un marginado. Un muchacho de la calle, de unos 20 años de edad.
Estaba inconsciente, alcoholizado, con signos de desnutrición, y profundos cortes en el abdomen que habían seccionado el intestino delgado en varios trozos.
Rápidamente se convocaron a todos los profesionales y comenzamos a operar.
Luego de siete intensas horas fijamos al abdomen el último de varios drenajes. El muchacho estuvo en coma 15 días y más de un año de cirugía en cirugía de injertos y reparaciones del intestino. Hizo tres paros cardíacos graves en menos de una semana.
Cada vez que lo sacábamos de un paro, nos sentíamos dioses, devolviendo la vida a cada momento.
El ego se revestía de soberbia y llegamos a considerar cierto poder sobre la muerte de las personas…
Era un desafío constante, pero los progresos clínicos del paciente nos daban el estímulo necesario para continuar.
La policía avisó a la única familia que tenía: una hermana, que no veía hacía nueve años, desde que había “elegido” vivir en las calles. Todo el personal del hospital seguía la evolución de Pedro, con profesionalismo y afecto. Poco a poco se fueron desvaneciendo los sentimientos de rechazo hacia ese “malviviente” que muchos llegaron a considerar un ángel, (aunque tenía nombre de apóstol).
En el año y medio que estuvo internado le festejamos dos cumpleaños: uno, el día que nació y otro el que lo apuñalaron, porque decía que ese día había ¡nacido de verdad!
Para dejar una “Huella Eterna” de su nuevo nacimiento, él mismo dibujó un ángel, color verde-azulado ¡bellísimo! de más o menos cuarenta centímetros, en la pared del lugar que lo encontraron herido.
Pedro trataba con profundo agradecimiento a todas las personas, consolaba a familiares de pacientes que fallecían, ayudaba a enfermeras en sus tareas. Un médico residente le enseñó a tocar la guitarra y descubrió que tenía una linda voz; así, con suaves y tiernas serenatas conquistó a la chica de sus sueños: una joven que venía diariamente a visitar a su padre que se recuperaba de una operación.
Los estudios y controles eran diarios y los progresos clínicos sorprendentes.
El cirujano continuó:
Cuando Pedro llegó herido, ninguno de nosotros pensó que podría sobrevivir: un muchacho, abandonado por sus padres, que vivía en las calles desde los diez años de edad, que sobrevivía de la mendicidad, y del arrebato. Que comía basura descartada de los restaurantes, con lesiones pulmonares graves por aspiración de sustancias tóxicas… Pero pusimos alma y corazón en cada sutura; todo lo aprendido aparecía en la mente como un flash, y las manos y el bisturí se dirigían con precisión y perfección. Recuerden siempre:
“La ciencia médica puede reparar el cuerpo, pero la curación es el resultado del amor y la dedicación hacia el paciente”.
La hermana, agradecida y sorprendida por los cambios en la personalidad y la auténtica bondad que se había manifestado en Pedro, le ofreció un cuarto en su humilde vivienda, y el padre de la chica que él amaba le consiguió trabajo en la panadería del barrio.
Es increíble cómo se organizan los sucesos en la vida de las personas, y una aparente desgracia se convierte en una bendición.
Llego el día del alta médica.
Luego de la fiesta de despedida, plena de emoción y promesas de reencuentro, Pedro salió del hospital San Roque con lágrimas de alegría, cruzó la gran galería, llegó a la vereda, se detuvo un segundo, inspiró profundo, y lentamente continuó la marcha. Nosotros quedamos en la puerta, saludando y ahí… a pocos metros, ante la vista de todos, uno de los balcones de piedra del primer piso, se desprendió de la pared y cayó totalmente encima de Pedro.
De forma instintiva nos abalanzamos entre la nube de polvo y sacamos los escombros con las manos… hasta sangrar.
Los bomberos lograron rescatar el cuerpo, que estaba, inexplicablemente intacto, sólo hilos de sangre salían de su nariz y boca. Hicimos lo imposible para reanimarlo, ¡Había salido de tantas!… Pero no esta vez…
Cuando terminaron de sacar los últimos restos de piedras y cemento de la vereda, resplandeció en la pared, el color verde azulado del ángel, la “Huella eterna”, de su segundo nacimiento…
Definitivamente “El Juego de Vida–Muerte” no está en nuestras manos.
Poco a poco el ángel se fue desvaneciendo…
Activando mi memoria, más allá de los sucesos, recuerdo haber visto un perro blanco y marrón durmiendo acurrucado debajo del ángel. Y… Dicen que decían que era el perro que fielmente acompañaba a Pedro en sus historias de calles.
Mas ésta…
Ésta es otra Historia.
Laura Muga Montagna
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