La historia de Martín

La historia de Martín

La luz del sol, se asomaba sobre los picos de aquellas montañas que rodeaban la ciudad; apenas la luz ingresaba a su casa por la ventana de su habitación, Martín despertaba y se dirigía hacia la cocina para preparar el desayuno de sus dos pequeños hermanitos, café instantaneo y algunos pedazos del pan que les había sobrado ayer. Martín tomaba su caja de dulces y salía a trabajar prometiendoles volver al anochecer con algo de comer.

Todos los días se dirigía hacia la misma avenida; la que era muy transitada por los pobladores del lugar, quienes al verlo le compraban y algunas veces le regalaban algo de comer o de beber.

Lamentablemente, aquel destino que le había escrito, ni el mismo se lo esperaba, con tan solo 8 años, se vio obligado a madurar y comportarse como un adulto; aunque dentro de su corazón, él aún soñaba como un niño y tenía la esperanza de que algun día canmbiaría su realidad.

Sus ojos verduzcos sin brillo, observaban las casas que adornaban aquellas avenidas principales de la cuidad; como era de costumbre, apenas se sentía exhausto se sentaba en las puertas de las casas de aquella entrañable calle que lo había crecer.

Cuando el sol se ocultaba en el ponente, regresaba a casa, no sin antes pasar por la tienda a comprar según lo que le alcanzaba, algunas veces unos sobres de café, pan y unos cuantos dulces para sus hermanitos; en cambio otras veces, solo atinaba a comprar unos cuantos sobres de té filtrante y unos dos panes. Apenas llegaba a casa, corrían hacia él para abrazarlo y sentirlo cerca, pues su hermano mayor era el único ser con el que se sentían seguros, en ese momenro a ellos poco o nada les importaba lo que traía para cenar, solo querían estar junto a él.

Después de cenar, Martín arropaba a sus dos hermanitos para luego él irse a descansar, no sin antes pedirle al Altísimo que cambiara su destino y pudiera darle una nueva oportunidad para poder solventar de mejor manera a su familia.

Cierta vez, cuando regresaba a su hogar, unos maleantes intentaron robarle el poco dinero que llevaba, pero un perrito flaco, larguirucho, lanudo y sin raza definida; con sus ladridos ahuyentó a los bribones, salvando al muchacho; quien en agradecimiento le convidó un pedazo de la empanada que iba comiendo; el can hambriento, devoró sin demora aquel pedazo y empezó a seguir al niño, Martín sonrió al saber que aquel perrito se había convertido en su compañero de vida, y fue así que sin dudarlo, decidió adoptarlo.

-Te llamaré Flecha. – dijo Martìn, mientras le acariciaba su pequeña cabeza al que ahora era su mejor amigo.

Pasaron así tres años; como era de costumbre, caminaba con su fiel amigo por aquella avenida que lo había visto crecer. Se distrajo al contemplar a unos niños jugando con su madre y recordó ccon mucho dolor a la suya, ahora ausente producto de una enfermedad que le destrozó no sólo su ser, sino también sus esperanzas de seguir en este mundo.

Obnubilado con la escena y sus recuerdos, se topó con un hombre de buen porte y nobles modales, quien intentando descifrar sus pensamientos le dijo:

-Veo que observas con melancolía a esos niños.

Y él contestó sin siquiera haber procesado ese comentario.

-Merecuerdan mis días de infancia al lado de mi madre. Falleció hace cuatro años.

-¡No sabes cuánto lo lamento! – dijo el hombre, y con una voz entrecortada por el dolor añadió – yo también perdí a una de mis hermanas y casualmente hace cuatro años. Lo más doloroso fue que ella dejó tres niños en orfandad, de los cuales no he sabido nada en todo este tiempo. Ando buscándolos son pausa por todas las casas de asilo y de momento no he tenido la suerte de encontrarlos. Yo creo que el mayor debe tener tu edad más o menos ¿Cuántos años tienes? – le preguntó.

El corazón del pequeño Martín se aceleró, porque en su mente, se abría la posibilidad de que él, junto a sus dos hermanos pequeños, fuesen sus sobrinos. Pero intentó mantener la calma; era demasiada casualidad que en un lugar tan grande, pudieran haberse encontrado, e hizo oídos sordos a la pregunta, atinando a preguntar:

-¿Y tu hermana, cómo es que se llamaba?

-Cristina Díaz – respondió.

Una tímida sonrisa se asomó en su rostro y un sudor frío recorrió por su espalda, era como si su madre hubiese planeado desde el cielo ese encuentro, tan feliz y esperanzador.

Con una lágrima cayendo sobre su mejilla y una vozque casi no oía le contó que ese era el nombr de esa mujer que le había dado la vida y al que por tanto tiempo la había hechado de menos.

Les invadió un silencio sepulcral y casi sin darse cuenta, se fundieron en un prolongado abrazo, sollozando ambos por igual.

Cuando al fin se transmitieron todos los afectos y ya más calmados pero no menos emocionados, pudieron intercambiar verbalmente lo felices que se sentían al haberse encontrado.

Aquel hombre, no pudo sentirse más afortunado y fiel a la promesa que se hizo a sí mismo el día que perdió a su hermana, cuidó de los niños, sobrinos ahora hijos suyos por decisión del destino y quién sabe, de esa madre que nunca deja de velar por el bien de su prole aún después de muerta.

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