Vivir solo tiene sus dificultades. Las tareas de la casa son tediosas. Algunas resultan insoslayables, como el cocinar; aunque no implique más que unos fideos con manteca. Y de tanto en tanto, un plato relativamente más complejo: milanesas por ejemplo; poniendo en práctica las recomendaciones de mamá. Lo cual me confirma lo sano y rico de todo lo casero.

El simple hecho de ir a comprar los insumos, recorrer los puestos del mercado y percibir los intensos olores, llena mi alma de placer. No solo por los aromas, sino también por las formas y colores que despliegan su voluptuosidad ante mí.

Llego a casa con algunas cosas más de las necesarias, luego de ceder a las múltiples tentaciones. Realizo la elaboración con el mayor esmero, respetando a rajatabla los pasos aprendidos y finalmente me siento a disfrutar con fruición de la obra de arte. Pero una vez terminada la ceremonia me invade el desaliento: “no son como las de ella”. Si hago todo lo que me enseñó, ¿cuál será el secreto que no ha estado dispuesta a confesarme? Probablemente se trate de una cuestión de sentimiento materno, que de ninguna manera yo puedo imprimirle; ¿Habrá alguna forma de mirarlas, hablarles o acariciarlas que desconozco? Tal vez.

Fui de visita a la casa de mis padres y le pedí a mamá quedarme a su lado para observar de cerca la manera de preparar sus inimitables milanesas, mientras le oficiaba de ayudante. Si no aprendía esta vez, me daría por vencido. Le alcancé el ajo y el perejil, mientras ella batía los huevos con una pizca de sal. Me pidió la pimienta que estaba en un estante junto a otros condimentos y en mi afán por no perder ningún detalle, volqué uno de los frasquitos que cayó al suelo rompiéndose en pedazos. La cara de mamá se transformó. No me pareció tan grave el accidente. Prometí reponer la pérdida; pero no logré calmarla. Evidentemente estaba muy afectada; al borde de las lágrimas. ¡El comino!, gritó. Ése había resultado ser el “toque especial” de sus afamadas milanesas.

¡Por fin pude saberlo! Le resté importancia al asunto; pero cuando comimos, noté la diferencia de no contar con esa especia: resultaron iguales a las que hacía yo. Sistemáticamente me había ocultado el secreto del comino, a pesar de no querer admitirlo. Insistió en que me lo había contado reiteradas veces; aunque yo estoy seguro de que no fue así. No está bien desconfiar de las palabras de una madre; pero más allá de las dudas, finalmente me siento capaz de elaborar un plato tan delicioso como el que “solamente ella sabía hacer».

Sé que algunos habrán de sorprenderse al probar mi nueva especialidad. Me preguntarán cómo logro ese sabor. Y yo les diré sencillamente: se baten los huevos; se condimentan con sal, pimienta, ajo y perejil picados; se maceran allí los bifes o filetes de ternera; y por último se pasan por pan rallado para terminar friéndolos en aceite caliente. 

¡Nada más!… ¡absolutamente!


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS