Hoy había sido uno de esos días que empieza bien, no tan bien, pero sí tranquilo. El sol a sus anchas, sin salir, que al cielo le apetece mejor pintarse de gris porque a lo mejor llueve. A lo mejor las nubes lloran. Entonces va caminando por calles donde los sueños están perdidos, va con la vista en los pies porque no quiere mojarse la cara con la llovizna. Está bien. Murmullos a su alrededor, palabras que le salen por un oído, personas tan cerca de ella que le rozan el antebrazo. Ojalá no estuviera ahí.

El tiempo pasa volando frente a sus ojos, con esas largas y blanquecinas alas, llenas de manecillas. Qué bueno que ha terminado la jornada, las tripas le rugen desde el interior de sus estómago como si fueran fieras, ya quiere llegar a casa. Está bien.

Es de esas personas que sienten las vibraciones del automóvil bajo los músculos y caen perdidas de sueño, así que se deja arrullar por el motor junto con las curvas de la carretera. Cuando vuelve a abrir los ojos, el hambre que siente le come por dentro y todavía falta un tramo para llegar, pero hay otra cosa de más, no sabe bien lo que es, la puede sentir arrastrándose con lentitud y silencio por la solidez de sus huesos. No tan bien.

Finalmente puede ingresar alimentos por su boca para apaciguar el monstruo que habita dentro de ella. Sin embargo, la otra cosa obtuvo fuerza y ya le había invadido gran parte del cuerpo. De pronto comienza a sentirse pesada, como si le hubieran apilado enormes piedras encima, en un intento por frenar la sensación, decide revisar esa figurilla que varias veces la ha sacado de aprietos.

Pero esa vez no lo hace, todo lo contrario, a sus ojos no le gustan lo que ven. Se siente peor porque lleva un montonal de días haciendo lo mismo: ver cosas que sabe que no le gusta ver, por ende, ni saber. No puede expresarse, no puede liberarse, pues ¿en qué lugar sus sentimientos tienen cabida? Es inexistente. Cuando una presión en el pecho le sale en forma de suspiro, sabe que aquella cosa es la tristeza. No está bien.

Mediante una serie de acciones casi imperceptibles para ella, logra quitarse la ropa para bañarse el cuerpo. Aunque ya trae unos lagrimones rondándole los ojos. Hay música en el baño y el agua de la regadera no alcanza a humedecerle el rostro antes que sus propias lágrimas. Ella llora bajo el agua, ahí se siente más cómoda pues sus gimoteos se confunden y esconden. Hay demasiada opresión en el pecho, no lo soporta, debe jalar aire porque le falta, todo se le está escapando de las manos. Literal, se está deshaciendo con el agua.

Entonces: ¿Será que hago todo eso para llenar los vacíos que tengo? Y después: Ojalá se hubiera dado cuenta. Desconoce la razón exacta por la que llora, ¿será por el pasado? ¿Lo que ha estado viviendo últimamente? Tal vez…¿El futuro? Puede ser todo y a al mismo tiempo nada. Puede que las razones sean atrasadas y en verdad que no las puede contar con los dedos. Muy mal.

Continúa llorando todavía después de la ducha. Continúa llorando frente al computador y continúa llorando sobre la cama. Algunas lágrimas que le salen tienen forma de perlas que caen sobre el colchón. Se va desgastando… Se va perdiendo… Una pizca de tristeza le abandona, pero sabe que siempre la va acompañar.

Etiquetas: tristeza

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