Peregrinar
Quisiera ser la luz, cortar las estrellas
aparecer de pronto entre tus cejas
y adentrarme por tu boca
para quemarte la lengua
y asi no hables, te calles
con un beso nuevo lleno de amaneceres
Poder volar libre y sin ataduras
a todos los lugares de tu deseo
y hacer un océano de lluvias repetidas
en el incendio eterno de tu ser
dentro de mis paredes húmedas
Como detener el tiempo
entonces no pasaran las horas
lograr hacer de un segundo
mi vida entera
Interrumpir la rutina
ser peregrina en las turbulentas sábanas
de tu reposo día a día
Tomar el mundo entre mi puño
corregir el rumbo de los vientos
llegando todos ellos a tus brazos
como calida brisa
representados en mis dedos
sobre tu piel sabor a canela
El Olvido
Cortina de humo
con guirnaldas gualdas,
fingiendo pasos de difunto
mantienes la edad esquiva.
Eres tú la ceguera inquebrantable
de un aislamiento oculto.
Faláz promesa de antiguas prédicas,
interminable callejuela
en donde está a su final la dicha.
Y es olvido rasgar mis sienes
para quitar blandas estancias,
murmurantes en ellas:
La aleta crispada de un delfín
bordeando la débil opertura,
preludio de donaires y perfidias.
Callada lengua mustia,
cual si fuera una excusa,
para así partir, ¡al fin!
la memoria roída.
Historia de amor
Ciudad de senderos de piedra.
Casas de bahareque distanciadas.
El niño harapiento canta en ecos
llevando sobre si los bastimentos,
canto telúrico de los negros.
Asomé a la ventana mis rubores de niña,
vi el color de hojas secas por piel,
ojos de ocelote en la redondez de su tez,
sonido dulzón su garganta emitía,
llegaban en gráciles céfiros perfectos.
Mis inocentes hendiduras sonreían.
En un minuto el disfrute se medía,
la aventura efímera de mis sentidos.
Así siguió la carreta en el camino
y seguí yo alejándome del espejismo.
El paisaje campestre me entretuvo,
junto al tibio olor de las colmenas,
el aire de soslayo en mi frente,
golpeaba mechones de pelo castaño,
mi mano hostigada procuraba retirarlos,
me instaban a recordar los ojos del muchacho.
Llegamos al techo repujado
los adultos presurosos saludaron,
cargaron en su brazos mi infante cuerpo,
quien sabe cuantos brazos y arabescos
ensalivaron mis mejillas
que irritadas se hundían asqueando esos besuqueos.
La habitación nueva, mis cosas, la ventana.
La ventana confidente de la espía,
mirando por ella le veía.
Llegó el niño aquel del espejismo,
ballbuceo su quejido por la carga,
recibieron las monedas del bolsillo,
colocando los pesos en la cocina.
Tan pequeño e indefenso como su amiga.
Pesaba la injusticia en su cadencia.
Reilón y taciturno lo encontraba
en cada husmear de mis ojos por la verja.
Siempre fui su compañera de juegos,
aún sin poder retozar de él muy cerca,
vigilando el sonido de los pájaros
y junto con él aprender el canto de los arrendajos,
subir con sus pies ramas y árboles,
guiada por la luz de un espejuelo de lata.
Los días sin la ventana de mis juegos,
días de bordado y de iglesias,
rostros de voces dulces o grises,
frialdad bajo el golpetear de la lluvia,
repiqueteo en el cobertizo de una casona fría,
cenizos fogones al calor de días claros.
Cerrando el cuaderno de notas me acicalo,
cepillo de cerdas desenreda el cabello,
nuevamente en la ventana está Simón,
grande centauro de mis anhelos.
Percata a su vez mis saludos a hurtadillas,
mirando siempre por la corniza.
Nerviosismo en el aparejo
mientras me sostiene las riendas.
En su cuerpo que de brumas
tiene olor a hierva buena.
Matilde la nueva cocinera
preparando el asado me aconseja
que si entonces cuando de quince me vea
mis padrinos buscarán una contienda,
para de azahares y de velos
al rito de la hoguera condenarme.
Hembra de gustos plebeyos
de tu boca acercarme el bocado insipiente de tus besos.
Parecía yo escucharlo de su boca
en voz de hombre estrenada para el día,
aprovecho su agonía por el hambre
y al establo solicito compañía
con la simple justificación de los piojillos.
Yeguas y potrancas presumen la peste del que ama,
nuestras botas por el pasillo trasero,
el barrial del mastranto pisotean.
Bajo los cargados árboles de fruta,
arrimé mis manos a sus altezas,
intentaba cobrar un mango a la natura,
pero resbalando fui a parar hasta su pecho,
intento fallido e intencionado
mi cuerpo tropezó aguantado en sus piernas,
sus manos sepultaron mi entereza,
estampida de nervios me turbaba,
mi cuerpo, mis látidos, mi mirada,
de sus palmas tome el jugo esperado.
El paso del barrial lleva al establo,
abriéndose el mágico pestillo de las cuadras,
dentro en la penumbra de lo prohibido,
desabroche mis delanteros impacientes,
dejaron ver mis senos relucientes
que iracundos aturdieron a Simón.
Como anillo de novio mi cintura contuvo
juntando mis fraguas a su cuerpo,
las aves enjauladas volaron el campo abierto
avizorando la humedad de su palabra en mi cuello,
el símil de un níspero engullido
bajo pellizquitos rociados de hambre y de sabor.
Aunque el mito sea leyenda,
sólo los dioses griegos vieron tanto amor.
Preferimos rendirnos a la cita de una nota,
indicando hora y lugar del carnaval de sentidos.
Velando el sueño de los habitantes del caserón,
pasada la hora de la luciérnaga,
del delantal y sus bolsillos saltó Simón.
Desprender de ropas en mareas alzadas,
ventoleras recias contenidas,
apocada suavidad en un peso,
susurro gemido de un te quiero.
En la entrega del barco removido,
en el fondo de un océano sin fondo,
donde pececillos pasean multicolores.
Siempre el ruiseñor irá
a las playas donde su alma se posa a soñar.
En bote de remo a otra orilla
fugitivos de un mundo de apariencia,
casa de bahareque y hamacas nos cobijaron.
Las mejillas gordas de alegría
si visitantes del hambre y el frío
osaban presenciar nuestro amorío.
Jardín de rosales blancos cosechamos,
enjambre de violetas aprenhendimos,
de madera y manos forjamos el camino,
al son de fiesta de maracas y tambores.
Entre cantos y bravuras se crecía,
nunca hubo hojas tan verdes,
nunca hubo tanto jugo en las pilas,
desde que la lluvia y el sol durmiente
despertaron, para dar vigor al mundo.
El florecer del pasto en la cercadía,
protegía la entrada al Paraíso,
así se llamó aquel refugio,
donde la primavera en dádivas dio hijos.
El cabello cano no aletea con tal fuerza,
las vivencias dan lumbre a las canas,
imagen en los pozos de lluvia reflejada,
sin ventanas, sin excusas, ni aspavientos.
Recostarme en sus piernas de trineo,
el olor serpentereo de sus huesos,
el beso desdentado que aproxima,
los cuentos de viajes en cometas.
Así nació nuestro país,
con espinazos ensartados
en las plantas de las manos,
con riegos de agua de pomarrosa y saldiguera.
Palestina Libre
Todos han escrito como se quieren,
hoy quiero escribir como te quiero:
Te quiero con las manos en llagas,
de tanto arar la tierra
para sembrar los frutos
y luego viene la sequía
o el sol inclemente.
Te quiero con las manos teñidas
del rojo que el mausoleo azul escupe.
Elevo mis ojos y mis lágrimas evaporadas
descubren que hasta el llanto es sangre.
Te quiero como el campo solitario
ama a los niños con la piedra en la mano,
la bala al pecho;
y las quemaduras de las bombas de fósforo
esos niños palestinos, esos niños irakies,
esos niños colombianos,
y tantos otros,
guijarros tupidos como ojos
en rocas cinceladas por la tristeza,
¡Hay sí!, te quiero como a esos rostros.
Te quiero como a un manojo de venas
bajo el cortapapel pintando techos rojos,
los techos que reposan en el suelo
de tantos salmos sabios
en boca del dinero y lo malsano.
Te quiero en la medida como al odio,
que me duele tenerle a los gringos e israelíes,
reinos de nucleares Zeus,
quienes sobre los pueblos lanzan
sus astutas políticas de epopeyas y tragedias.
Si pudiera quererte igual que tantas,
con la boca pintada de promesas,
pero la promesa no invade a mi alma,
más no así la pena:
pena de muerte para este sistema
echémoslos a ellos y a todos sus cómplices
Libertad para los Palestinos
Solidaridad Activa
Contra el Sionismo y el Imperialismo Norteamericano
No al exterminio del pueblo palestino
No mas, Nunca Más tanta crueldad
Viva la resistencia a la ocupación ilegitima
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