Después de tener dos varones, María había perdido su tercer embarazo, a pesar de su perdida siguió buscando la niña que el mundo le negaba.

Con su ultimo embarazo en la tormenta de octubre del año mil novecientos noventa mi madre comenzó con trabajo de parto. Por la madrugada la tormenta eléctrica exploto los fusibles del hospital. En el silencio y la oscuridad segundos antes de prenderse la luz de emergencia, un llanto inundo la sala de parto.

Seis años después….

– ¡Mama! tengo sangre.

-¿Que te paso hijito?

-Me pinche el dedo con la aguja.
-No es nada amor.
-Pero me duele mucho.
-¿Quieres quedarte en casa y no ir al colegio?-me pregunto.
-Si – respondí tratando de esconder mi sonrisa de la mirada de mis hermanos.
-Pero no es justó dijo mi hermano-a mi también me duele, mira mamá mira.
-Yo tampoco quiero ir a la escuela-dijo el otro.
-Pero miren chicos, le sale sangre del dedo.-Guiñándome un ojo con complicidad continuo -Vamos, arriba, ustedes dos a la escuela y Daniel al doctor.
Y así siempre me las ingeniaba, para quedarme jugando en casa, en el patio con los perros y mis juguetes.
Terminando la edad dulce, la edad dorada, afirmando mi rebeldía en mi desconocida pubertad y finalizando los once años.

-!No quiero cumplir años¡-gritaba enfurecida mente asustado. No quiero cumplir doce y ser como ellos, no ves que están en la edad del pavo.
La edad que eres muy grande para ser niño y muy pequeño para ser grande.

La sombra de nuestro padre siempre hacia efecto. Eramos las vacas sagradas de mamá, sus experimentos.Eramos La libertad absoluta contra la libertad condicional que trataba de imponer nuestro padre cuando volvía para cenar e irse a dormir, y decía: «Que nunca se rompa la palabra», cuando su palabra se ausentaba.

¿Que es la familia? El libre albedrío del descubrimiento, también, por que no, la forjadora de personalidades.

Nacemos siendo nuestra propia raíz y la familia es el tronco que nos fortalece, estirando nuestros brazos como si fueran ramas y soñando con llegar a conquistar el fruto antes que se caiga.
Cuando cumplí diecisiete mi padre me pregunto si estaba preparado para irme a vivir fuera.
¿Por que no? el más joven haciendo cosas del más grande, mi propio héroe, me sentí bien. Pero mi madre no, no veía bien que su hijo sin cumplir dieciocho años se fuera solo a los Estados Unidos por tres meses, tres meses que se convirtieron en diez años.
No comprendía por que mamá, la libertad absoluta le costaba tanto darme libertad. No me la negó y mordiéndose el corazón por que los labios no le alcanzaron. Firmo mi partida
Meses después, sumergido en The American Dream.
Como no decirle a mamá que vivía en una agradable casa junto al mar y no en un coche. Si para mi era una aventura, para ella hubiera sido una locura.
-Mamá estoy bien acá, esto es necesario, ya voy a volver, te quiero mucho.
-Ya se hijito, ya lo sé- sentía su tono de vos entrar en mí cabeza descifrando todo.
Los años siguieron pasando.
Una noche, en la habitación que alquilaba en Santa Ana, Ca., volaba de fiebre. Imagine a mi mamá entrar por la puerta con un plato de sopa y su sonrisa, la ilusión duro un parpadeo en desvanecerse y la fría habitación me volvió a la realidad. Los dueños de la casa eran extranjeros, no hablábamos el mismo idioma y no podía pedirles nada, menos un abrazo, que era lo que necesitaba.

Sin darnos cuenta a veces la cabeza nos juega en contra.

Al fin la fiebre se me paso…… Crecí.

Cuando volví, claro, mi mamá era mi mamá, pero yo no tenia dieciocho, me sentí un extraño en mi familia. Mi papá seguía siendo la sombra de siempre, eso me ayudo a sentirme alejada mente cerca, al fin en casa.

¿Que casa?
Donde una vez hubo una casa familiar ahora se había trasformado en una Residencia de estudiantes. Cuando se enteraron que volvía se tomaron la cortesía de disponerme una habitación, mi vieja habitación, para sentirme familiarmente un extraño en casa con desconocidos, pero yo era el desconocido en su lugar.

La primer noche acaricie las paredes apoyando mis mejillas sintiendo el frío húmedo peculiar de la casa, olí los rincones en la habitación, buscaba alguna similitud con el pasado, abrí los cajones donde guardaba mis inventos, escuchando el ruido a madera deslizándose por el viejo aserrín, suspire, había aprendido y perdido a la par. ¿Que devoro estos diez años?

Toc, toc- se abrió la puerta y entro mi hermano .
-Qué haces Dani, ¿como estas?
Con una risa y leve encogida de hombros respondí -bien, como voy a estar, estoy donde quiero- pero me incomodo la duda.
-Ven- me dijo.
Fuimos a la habitación de al lado.
-¿Te acordáis?
-¿De que?
-El día que te pinchaste el dedo a propósito y no fuiste a la escuela.
Cuantos recuerdos.
-Que bueno que volviste hermano.
El día de la madre lo festejamos todos juntos en el bar de la esquina. Estábamos todos locos y así nos queríamos.
Que lindo Dani- me dijo mamá y nos abrazamos
Volví Mamá- le dije.
-Gracias por volver-me dijo.
-Gracias de que? No seas mamá, ahora a disfrutar que se vienen los nietos, que te queda mucho mas viejita
Esa noche mamá se fue con dolores de panza. Dos días después, estábamos abrazándonos con mis hermanos, como verdaderos hermanos. Volví a sentir la familia. Mamá se había muerto. En su lecho tenía una sonrisa marcada como si estuviera bien…tranquila. Eso nos calmo, nos unió.
Unos meses después me despedí de mis hermanos , esta ves, mi padre que me había dado el pasaporte de mi vida no quería que me valla. Claro. Esta grande sin ganas de viajar y su ultimo hijo se va, llevándose a su primer nieto.
Cuantos recuerdos…
¿La familia?
Un retrato colgado en la pared.

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