“El tambor”

El tío Jorge era alto, elegante, de cabello muy negro, semi-lacio, de tez blanca y un prognatismo que le quedaba muy bien. Mostraba una dentadura perfecta en su sonrisa amplia y generosa. Siempre andaba vestido como preparado para una fiesta. Era el hermano menor de mi padre. Bien querido por toda la familia, era el único que no tenía conflictos con nadie y llevaba las noticias entre todos de la mejor manera y en tono conciliador.

El tío Jorge interactuaba con aire ecuménico entre los familiares distanciados, sin beneficio propio, nunca andaba apurado, siempre tenía tiempo para jugar con nosotros, sobre todo hacer chistes. En algún momento de su visita preparaba una especie de cajón de metal, que al sacarlo de su estuche, dejaba ver un fuelle que se abría lentamente y nos miraba con su ciclópeo ojo. Después el tío desplegaba una tela negra, que salía como un mantel por detrás de esa cosa, se reía, trataba de asustarnos y metía la cara detrás de ese paño. – ¡Sonrían!

No puedo imaginar al tío Jorge sin la cámara, dudaría de mi recuerdo si no lo tuviera. Era el fotógrafo del pueblo.

El tío tenía muchos amoríos. Y eso también era conocido por la familia y por el pueblo.

Pero ninguna novia había sido presentada oficialmente. Con mi madre, su cuñada, tenía alguna afinidad particular. Siempre hablaba en secreto y él le contaba en que andaban sus amores.

A veces también le contaban a mi hermana mayor en presencia de nosotras, las mas chicas. Nos gustaba esa confianza. A veces venia con alguna excusa, se miraba al espejo, se arreglaba el nudo de la corbata:

– !Que pinta, eh cuñada!. Nosotros nos sentíamos cómplices del hecho sin entenderlo del todo. Mientras tanto,

se interponía la imagen de una mujer, muy blanca, de cabellos rubios y sin rostro.

Un día de invierno, llego el tío y le dijo a mi madre:

– Cuñada, ¿me puedo llevar las chicas…, allá?. Afuera había un auto, era el ford T del tío Luis. Subimos, nos acomodamos, nos miramos, levantamos los hombros y nos reímos. No sabíamos ni siquiera que el tío supiera manejar y menos adonde íbamos. Salimos del pueblo por caminos de tierra y pronto el tío detuvo la marcha.

– Esperen acá – dijo- y se bajó. Volvió enseguida trayendo en brazos una nena rubia de unos dos años, que lo abrasaba.

– Se llama Nilda- dijo- y es prima de ustedes. Nosotros tratamos de besarla, pero ella se refugió en el hombro del tío.-

– Es hija mía- la niña volvió a mirarnos y sonrió.

– Hola Nilda- le dije. No me contestó. Pero nos miraba con curiosidad y simpatía.

– Jorge (nunca lo llamábamos tío) ¿ya habla?

–Si, pero poco. Su cabello ondeado y rubio, su mirada tierna e inteligente se selló en mi mente como un lacre al sobre. El tío le tomo la mano pequeña y la hizo saludar, la dejo en los brazos de una mujer alta, blanca, delgada con actitud más bien altanera, que salió hasta la puerta de una casa rancho- con un gran patio de tierra por delante, cercada por un tejido de rombos de alambre. La mujer no saludó. Nosotros tampoco.

Desandamos el camino. Nadie hablaba “ ¿Quién es la madre?, ¿Cómo nació la niña si mi tío era soltero? ¿Por qué no vino a saludarnos la mujer de la casa?. La alegría se esfumó. Serio, el tío no parecía el mismo. Se me hizo que era mi papá.

Llegamos a casa. Nos dio un beso y se fue.

– ¡Mamá!, fuimos a una casa y el tío nos mostró a su hija. ¿Vos la conoces? ¿Vos sabías que íbamos a su casa?, ¿Se lo podemos contar a papito?

De ahí en más recuerdo a Nilda sentadita en el caño de la bicicleta del padre, vestiditos cortos, puntillas espumosas, que se ordenan y se desordenan en los recovecos del tiempo.

– Si querés traer a la madre de Nilda en Navidad…, le digo a Angela, dijo a mi madre a Jorge, ya todas saben y la conocen. ¿Que te parece?

La navidad no fue como todas las Navidades. Parientes, vecinos, primos iban llegando, y…, el tío Jorge que llegó con Blanca y su hija. Ella saludaba sin sonreír. “Buenas noches” Ningún “Feliz Navidad” salió de su boca. Se sentó con su hija en la falda sin hablar más que con mi madre. Al momento del brindis saludó a algunos e inmediatamente insistió al tío Jorge de retirarse porque “la niña ya se durmió”. Mis tías y la abuela la miraban de arriba a abajo, la escaneaban. Todo era registrado para ingredientes del festín del día siguiente con los mates del 25.

– Tía A: ¿Qué me cuentan de la chirusa?

– Tía B: No es fea, pero es…, de los Molo, de allá abajo, pariente de los Ramírez.

– Tía C: ¡Qué sé yo! ¿Se acuerdan cuando Jorge salía con la hija de los González Cepeda? Qué tonto mi hermano. En fin…,¿será hija de él?, no se le parece.

– Abuela: Mis hijos no me han traído mas que dolores de cabeza.

– Tía A “Quizás no tuvimos buenos ejemplos…”

La voz de la abuela se iba afinando en mis oídos hasta mezclarse y luego perderse en el ruido de un tambor que comenzó a sonar cerca y era cada vez era más fuerte, que se iba imponiendo hasta casi no poder oír la voz del rezongo de mi abuela. Las imágenes de Blanca y su hijita en el regazo se me volvieron frágiles, quebradizas y tristes. Tanto que hubiera querido salir corriendo de la esquina de ese salón donde parecía que nadie se daba cuenta de mi presencia; y abrazarlas y decirles a las dos que esa conversación no existió, que yo no había escuchado nada porque un ser invisible que lloraba batía su parche en un tambor legüero y que lo siento, lo siento…, no existió.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS