El monstruo de las sombras
Chad abrió los ojos de golpe mientras se retorcía en su cama. Despertó a medianoche bañado en sudor aterrado en la inmensa oscuridad que le proveía la noche. Poco a poco los terribles ojos llameantes de la criatura se perdían, borrosos con cada segundo que pasaba. Durante cinco minutos esperó a que el bombeo de su pecho redujera su intensidad, igual que su respiración agitada que resonaba agonizante. Se armó de valor y temblando dio pasos infinitos hacia el baño, a dos puertas de distancia. Abrió la puerta despacio para no despertar a sus padres y se encerró. Se bajó los pantalones y orinó, mientras lo hacía, sus ojos buscaron alguna señal. Pero no había nada, solo el espejo encima del lavabo y los azulejos blancos. Bajó la cadena y regresó al cuarto. Fue entonces cuando lo vio, arrastrándose sobre el techo y mirándolo fijamente. Corrió a una de las paredes y se pegó a ella. Nunca lo había visto con mayor claridad. Era enorme, con dos cuernos que le adornaban la cabeza y recubierto con un oscuro pelaje. Abrió la boca y Chad observó como una espesa sangre oscura resbalaba por sus labios inferiores y caía en el colchón. Y los ojos, idénticos a la pesadilla, nadaban en un infierno eterno. El olor del ser era inmundo, como un enjambre de moscas revolcándose en la carne de cientos de terneros putrefactos.
Chad cerró con fuerza sus ojos, respiró con dificultad apartando el inminente llanto y gritó.
A lo lejos se escuchó débilmente la voz de su madre despertando a su padre: “¡Tom, el niño!”
Segundos después sus padres llegaron corriendo, y mamá presionó el interruptor, cuando la luz invadió la habitación, Chad estaba en la esquina llorando, mirando hacia el techo, con la esperanza de que ellos lo vieran. Tom y Lisa se acercaron preocupados al niño y juntos se sentaron en la cama a consolarlo. Lisa Griffin preocupada le removió sus bellos mechones rubios y le tomó la temperatura con la mano, mientras papá se arrodillaba a su altura y le preguntaba qué era lo que pasaba.
Chad se secó las lágrimas mientras se acomodaba en el pecho de su madre, era donde más se sentía seguro, ella lo abrazó cubriéndolo con sus delgados y finos brazos.
- ¿Entonces qué te sucede muchacho?-. Volvió a preguntar.
- ¡El monstruo regresó, estaba en el techo y me asustó!
Chad volvió a temblar, recordando sus ojos penetrantes. Papá se sentó de su otro lado y se unió a mamá con sus gigantes brazos. Ambos lo intentaron calmar, explicándole que en realidad los monstruos no existían más que en los libros y en la imaginación de cada persona. Claro que la tierna edad de Chad le impidió creerse esas palabras, solo se limitó a aprobar con la cabeza.
Diez minutos después se despidieron entre besos y risas por las caras graciosas de papá. Tendieron nuevamente la cama, acomodando las sábanas y lo arroparon. Mamá salió de la habitación cantándole con dulzura: <<«Buenas noches Chad«>>, Papá esperó a que saliera de la habitación y le prometió sacar su vieja armadura del baúl si algún monstruo se atrevía a acercarse de nuevo. Se levantó de su lado, apagó la luz y cerró la puerta.
Una vez más, Chad se quedó en la penumbra, pensó en quedarse despierto un rato más por si regresaba, pero cinco minutos después, la almohada y el calor de las cobijas lo vencieron mientras roncaba hasta la mañana siguiente. Sus padres al escucharle detrás de la puerta se quedaron tranquilos también.
- Vaya susto nos ha pegado-. Susurró Tom mientras abrazaba a su esposa por la cintura. Apoyó su cabeza lentamente en su cuello.
- Es tarde Tom, debemos despertarnos temprano mañana-. Lisa Griffin comenzaba a cabecear. El calor de Tom la hacía perderse lentamente en la nada. La primera vez, pensó.
- Mañana también es nuestro aniversario-.Dijo Tom con picardía. Se suponía que desde el embarazo, ambos habían prometido difuminar sus encuentros para dedicarse solamente a Chad, aunque rompieron esa promesa medio año después, a petición de Tom, claro. El pobre se volvía loco cada día que pasaba.
- Cierto, ya le he avisado a la abuela, ella y Chad se divertirán mucho mañana.
- Entre hoy y mañana no hay mucha diferencia, podemos comenzar nosotros hoy-. Tom besó a Lisa en su mejilla, sentía su respiración cada vez más cerca de su piel. Lo quería mucho, a pesar de las peleas típicas. Una parte de ella quería caer rendida, pero otra le exigía dormir, ambas se peleaban en su interior.
- Hoy no Tom, estoy demasiado cansada-. Dijo Lisa después de varios besos.- Tom si algo tenía claro era en no insistir, sabía que no le convenía hacerlo, una vez lo intentó y Lisa terminó en cancelarlo. Prefirió cubrirla con sus brazos y encaminarse los dos a la cama. Era dado a la lujuria, pero no estúpido.
Chad seguía roncando en su habitación, soñando en un mundo distinto al nuestro, uno en el que los niños pueden entrar y los adultos no, uno en el que se sentía seguro.
Pero esa sensación de seguridad sólo existe para los ignorantes. Los monstruos de estos tiempos están inspirados en los reales, seres antiguos, aquellos que vagan por el mundo desde mucho antes que nosotros, acechando cada día y con ansias de corromper. Chad era demasiado pequeño para entenderlo, pero daba igual, él sabía que estaba en peligro, cada noche, se sentía menos seguro, dormía con miedo y despertaba igual. Mañana era otro día, la sensación ya le daba igual, solo rogaba no volver a verlo, sus ojos nadando en un infierno eterno y su pelaje oscuro, perdido en las sombras del cuarto.
El infierno que no ardía.
Mientras comenzaba a despertarse, Lisa Griffin se preparaba para un nuevo día, pronto recogerían a Chad, ambos saldrían hacia la feria estatal y pasarían la noche en casa de la abuela. Salió a hurtadillas hacia el pasillo, empujó levemente la puerta y se asomó por el reducido espacio, Chad estaba en su cama, durmiendo cómodamente entre sus peluches y la gruesa colcha que cubría el colchón. Regresó de la misma forma a su cuarto para cerrar los ojos en lo que despertaba, total, era comprensible que se le hubiera pasado la hora habitual. Ayer no pudo hacer nada más que sentir lástima por él, desearía haber podido quitarlas con un solo movimiento, como los magos de la televisión que asombran al público con extraordinarios actos que desafían todo lo visto por sus ojos, pero claro, era una pesadilla que no podía evitar, y tampoco ella era mago ni sabía si se debía estudiar para eso. Consultó el reloj de la pared para asegurarse de tener todo listo a tiempo. Se le vino a la mente la feria donde su madre llevaría a Chad, ella había ido en un par de ocasiones, cuando era pequeña, lo recordaba como un lugar idílico: Puestos llenos de golosinas, juegos típicos con premios de calidad dudosa, la gran montaña rusa y como no podía faltar, la gigante rueda de la fortuna. Desde su inauguración se instaló en el oeste, a no más de seis kilómetros de la ciudad central. Donde el puente de Bell era estandarte de las casas que se construirían años después. A Lisa no le emocionó precisamente la idea, mucha gente asistía a esa feria para alterar el orden público y generarle problemas al estado. De hecho esa era la razón por la que se veía regularmente más malnacidos por esos lares que niños o familias. Tom antes de caer dormido la noche anterior, intentó en vano tranquilizar a su esposa, prometiéndole que su suegra era lo bastante responsable (ni él se creyó la naturalidad con la que lo dijo), para cuidar a Chad.
No las tenía todas consigo cuando Tom dijo eso, estuvo a punto de cancelarle en la cara su salida, pero se mordió la lengua y se reprimió. No podía negar que tuviera razón, si tenía algo por que estar en el mundo era solo por su hijo. Lo amaba y quería protegerlo del mundo, un lugar cruel que a ella le había arrebatado bastante. Aquellas voces del ayer…volvían repentinamente: “Lisa, deja de ignorarme, ¿o acaso te has olvidado de mí…?”.Lisa le plantó cara al pasado, pero fue inútil, las voces ahora cogían forma, potentes y con odio, hicieron acto de presencia, unas oscuras sombras que comenzaron a atarla con grandes sogas. Trató de zafarse, entre gritos y espasmos. No lo lograba, poco a poco se acercaban al lago. La tumbaron y le arrastraron hasta que estuvo sumergida. Se estaban riendo, mientras sus pulmones se llenaban de agua y poco a poco cerraba los ojos. Parecían miles de manos, todas aplastando contra el fondo.
Salió del trance gritando por ayuda agudamente. Se calmó cuando pudo llenar sus pulmones de aire, exhaló aliviada mientras observaba las paredes del cuarto.
- ¿Mami?- Una voz suave hizo presencia.
Lo encontró asomado en la puerta, su cabello dorado hecho un nido y sus manos pequeñas, intentando despertar sus pupilas, con masajes leves.
- Cariño, ¿te desperté?- dijo Lisa aún asustada.
- Tengo hambre, acabo de despertar.
- Voy cariño…¿Está bien cereal?
- Solo si es del monstruo morado, ¡a los demás no le echan azúcar!-Exclamó mientras le sonreía.
- Entonces del monstruo morado será.- dijo Lisa, sonriendo también.
Lisa abandonó la cama y se asomó por encima de las cortinas, a la distancia la hierba de la propiedad seguía su ritmo, despertando con la primera brisa. Bajó las escaleras mientras se sostenía del barandal, con miedo a caerse. Chad por el contrario, se le había adelantado, ya estaba en la cocina, buscando su tazón preferido. Cuando terminó de servirle, salió hacia el enorme terreno para despejar su mente, caminó varios metros hasta que dió con Dante, el perro de la familia, un viejo Golden que paseaba entre el pasto y la tierra seca. Daba ternura verlo en prácticamente cualquier situación, fuera trotando al borde de un paro cardíaco o tratando de levantarse en dos patas, siempre intentaba contentarle el día a cualquiera que pasase por ahí. Se había hecho bastante popular entre los niños del vecindario y como recompensa, siempre recibía alguna chuchería digna. Aunque a todos les caía estupendo, salvando algún residente quejumbroso, Lisa por el contrario, sentía rencor por el animal. Fue un regalo de Tom hacia ella, para que le hiciera compañía.- <=»»>-.Pensó Lisa mientras le daba el desayuno. No iba a matar al perro, pero tampoco le veía como un miembro más de la familia. Cuando las cosas se pusieron feas en la casa, antes de que Chad naciera, sintió que el perro solo era una promesa, de que había cambiado, que nunca volvería a arriesgar el futuro de ella y de el niño. Ya habían pasado casi seis años y parecía que marchaba bien, se habían mudado, Tom recuperó su empleo a pesar del incidente, incluso logró volver a tener la confianza de acostarse con él, algo que había creído imposible. Lo amaba de verdad, a pesar de todo, de casi hacerle perder a Chad, su amor por él fue más poderoso que todo eso, aunque sonara cursi…pasaba en la vida real, y ella era la prueba viviente.
Por curioso que sea, tampoco al perro le agradaba su dueña, mientras Lisa reflexionaba parada, él le miraba fijamente, siempre le echaba la culpa de cualquier cosa que se rompía, o los agujeros que cavaba para ocultar sus tesoros. Barajo la posibilidad de gruñir y de morder, estaba indefensa, probablemente pasarían segundos antes de que siquiera sintiera dolor. Aunque tentador para ajustar cuentas, se le esfumó lentamente, no se llevaban bien, pero el propósito que sentía tener (quizás el de la mayoría de los perros) era el de proteger. Estar al lado de la familia y cuidar de ellos. Era algo instintivo que sentía, el hombre lo había adoptado de la calle, cuando no era más que una masa de hueso y piel, recién nacida y expuesta ante el peligro.
Chad salió disparado al jardín a saludar a Dante, mientras Lisa se recuperaba del trance y entraba hacia la cocina. Regresó minutos después, abriendo la puerta entre risas, abrazando al can que estaba manchado de tierra mientras lo regañaba, acusándolo con Lisa.
- ¡Dante malo!, ¡Mami, se ensució!- Exclamó el pequeño mientras el can le lamía los restos de cereal de sus manos.
- Lo bañaremos mañana- Dijo Lisa mientras sacaba desquiciadamente a Dante. El perro de la familia en verdad estaba bastante sucio, escurriendo el lodo por todo su pelaje dorado. Lisa volteó a Chad y observó sus dedos manchados- ¡Pero mira tus manos Chad Griffin, ve a lavarte ahora mismo!- gritó.
Dante expulsado de la morada, se quedó mirando la puerta, esperando la oportunidad de regresar adentro, los gritos del berrinche lo alentaron. Su cola recorría trayectorias precisas, igual que las manecillas de un reloj, solo que estas funcionaban por la adrenalina. Se rindió algunos minutos después, viendo que no le abriría esa mujer, exploró los matorrales. Hundiéndose en la hierba espesa, buscó algo que llevarse a la boca. Mientras se hallaba en ello, recordó haber notado algo en la casa. No estaba seguro de que era, pero vaya que lo sintió, era como un bofetón, potente y malicioso que se arrastraba por las paredes del hogar. Si, Dante era un perro viejo y pesado, pero su memoria aún se encontraba despejada y joven, tanto que rebuscó entre sus recuerdos algo parecido a esa sensación tan horrible y tétrica. Pasó el resto del día recordando, y mientras más buscaba explicación al fenómeno, más nervioso se volvía su presentimiento.
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