Era una fría mañana de Febrero, como todos los años haríamos el repetido bizcocho familiar de cumpleaños. Cuantos de estos coincidían en el mismo mes. Otros rompiendo la Primavera.
Delantal puesto. Sabayón de yemas y coñac, chocolate y muchos huevos. Ni falta que hacía la levadura. Fina harina de trigo tamizada, importante, para el bizcocho tradicional.
¡Que aroma! Inundaba toda la casa.
¡Qué sabor! nadie que lo probara podría dejar de repetir.
Más, lo importante era la reunión familiar.
¡Cuánto cariño se desprendía! Todo se interrumpía, pues era cita sagrada.
La candela encendida. El olor al horneado.
La Canela que no falte, dentro ni fuera ni en el merengue, y la ralladura de limón.
Es una receta Argentina, de origen italiano; consecuencia de emigrar.
De cómo sin miedo alguno, partir sería buscar fortuna, hacia la tierra prometida. Llegar a otro país, sin más equipaje que la carga de ilusión y la necesidad de mejorar el nivel de las familias.
¡Es tanta la cultura que regala el intercambio!
Costumbres, gastronomía, distintos oficios, según los sectores de producción de la tierra en la que se desembarque.
Era otra forma, no iban en pateras. Al menos el sustento para unos días, llevaban de ahorro. Y quizás buena vestimenta.
El temor lo imagino vencido. ¡El viaje era tan necesario!
Franqueando barreras, afrontar el reto sería demostrar el valor ¡Ya valiente era el que se había atrevido a cruzar el Atlántico! Alejándose de su hogar.
Como siempre fue y será, las familias enviaban a los mejores, los peligros serían totalmente desconocidos.
Quien trabajaba bien obtenía recompensa. Autosuficientes casi la mayoría, se convertían en triunfadores.
La cruel selección natural, en estos casos era evidente. Emigraban los fuertes. Las familias apoyaban la partida del más capacitado.
Las carencias humanizaban. Se encontraban muchas dificultades, pero también enormes oportunidades, para el que supiera aprovecharlas.
Demostrar habilidades ante la gran diversidad de opciones, enriquecedora de aquellos años en las Américas, abriría puertas.
En varios países tuvimos familiares. De Buenos Aires Ana era mi bisabuela y mi abuelo Enrique, vivió en Italia.
Transmisión de cultura en todas las facetas.
Elaboración de platos autóctonos fue uno de ellas.
Al principio de ese siglo, nuestro planeta prosperaba aún limpio aunque ya se instauraba la revolución industrial.
Y este fue uno de los regalos que nos legaron con toda ilusión.
Llegada la hora de la cena; una sonrisa de abuela, que dulcemente decía ¡Mucho alimento! Ya no hay que cenar. Besos y a la cama… duerme y reposa y no tengas miedo, de ninguna cosa.
Y nos contaba largas historias de los barcos donde partieron su abuelo, su padre… su vida.
Abuela, llenaba el sueño de ternura y emoción. Y la admiración y el descubrimiento de los héroes antepasados, reales y cercanos, de las propias familias, que nos hacían imaginar las grandes aventuras que habrían pasado en sus intensas vidas.
El pastel de carne, también con Canela y azúcar, quedaría para el almuerzo de los domingos. Legado de la abuela María Luisa, cuyo hermano ya fallecido, como ella, no tuvo hijos por lo que legó su Hacienda al pueblo que le dio cobijo. Lleva su nombre JOAQUIN GORINA.
Pero esta será otra historia y otro plato.
Se aplaudía repetidamente y vuelta a encender, a pesar de las prisas por paladearlo.
Aún mantenemos la tradición cuatro generaciones y espero que la quinta.
¡Marcaron historia!
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