REMEMBRANZAS DE CAFÉ Y TOSTADAS

REMEMBRANZAS DE CAFÉ Y TOSTADAS

Violeta García

27/07/2020

Mi madre atendía una concesión de servicio de onces al numeroso personal de Caja Empleados Particulares, seis pisos más abajo de nosotros, todas las tardes desde las 16 horas.

Trabajaba con su personal para poder llevar ese servicio a los escritorios de cada uno de los empleados, dentro del horario exigido y yo, que era pequeña, veía como llenaban aceleradamente las cafeteras con exquisito café de grano y cómo se hacían cerros de pan de molde tostados con mantequilla. El café con su aroma varonil, fuerte y denso llenaba la cocina y sala del departamento. Las tostadas cálidas aromaban de suave mantequilla el lugar, acompañando toda mi infancia.

El sueño de ella, como el de tantos chilenos de la década del 50, era tener una casa propia. Pudo guardar con ese fin bastante dinero producto del esfuerzo.

Lo que nos vino muy bien, puesto que mi padre era mayordomo de ese edificio y su sueldo siempre fue exiguo. Era refugiado español de la Guerra Civil, traído por Pablo Neruda, y por no tener ningún cartón de título y extrema necesidad, siempre recibió un trato más bien abusivo en cuanto a sueldos. Su trabajo incluía una casa habitación dentro del edificio. Lo cual significaba que si mi padre perdía su trabajo, perdíamos también donde vivir. Y eso, mi madre lo temía con razón.

El tema de buscar una casa por esos años, no era fácil. No había mucha construcción, así que la decisión se dilató. 

Llegó por esos días una carta de la madre española de mi padre, expresándole lo sola que se sentía en Madrid y cuánto lo echaba de menos. Mis padres le habían enviado una foto nuestra, sus nietos, y quería conocerlos antes de morir. Ya tenía 75 años y mi padre era hijo único, así que la situación era complicada porque ella no tenía dinero para pagarse el pasaje en barco, como era usual en esa época. Más de veinte años tenían sin verse.

Mis padres lo conversaron seriamente, ya que estaba el dinero ahorrado en el Banco y, en lugar de la casa, podrían traer a la abuela a la nuestra. Mi madre generosa, proveyó el gasto y se olvidó de su sueño.

Mi padre viajó hasta Buenos Aires para recibirla. Cuando llegó mi abuela y bajó del barco, se acercó a mi padre y le preguntó si había visto a un joven rubio de ojos azules por ahí esperando.

Mi padre emocionado le preguntó:

  • ¿madre? ¿no me reconoces?

Hasta el día de hoy, adoro el aroma a café de grano y las tostadas con mantequilla, que provocaron la remembranza contada.

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