EL PICARO CUERVO Y LAS CALAVERAS VIVIENTES

EL PICARO CUERVO Y LAS CALAVERAS VIVIENTES

Daniel de Culla

26/07/2020

EL PICARO CUERVO Y LAS CALAVERAS VIVIENTES

Calaveras sonrientes, y no tan sonrientes, veía el pícaro Cuervo, igual que yo, sobre la tapia de la balconada de la terraza del Museo CAB, divisando la calle Fernán González, en Burgos, por la que iban y venían máscaras como de muertos vivientes, eufóricos, cantando y bailando la graciosa Muerte, que no sabemos qué tanto tiene de graciosa, a no ser ese chisme clerical para bobos de baba que anuncia que: “La Muerte es fuente de vida y esperanza”.

Halloween o Día de los Muertos huele a colorete, pinturas, sangre artificial, destacando los colores rojo y negro; y flores, muchas flores, con olor a Cementerio.

Calaveras y esqueletos de todos los tamaños, formas y colores, recuerdan a sus muertos, sin tristeza ni añoranza, porque están bien donde están; pero, sabiendo que, en el desierto de esta vida; hoy con la peste del Coronavirus; la muerte es camino de la paz. Por eso, en España, como en todos los países del Globo, hay ejércitos que se vanaglorian en llamarse: “Novios de la Muerte”.

Una vez sentado frente a las agujas de la Catedral, y apoyado sobre una mesa, me puse a dibujar una postal para mi soñada chica, peregrina del Mundo conmigo, quien me ofreció su amistad y, en los caminos del Amor, siempre me dio de su manjar sin rechistar.

Tras la tapia, en los bajos del Museo, hay una huerta con una higuera, que es higuera de Pascua celestial, pues da higos con forma de glande y de pezones, ¡un verdadero manjar’.

He terminado el dibujo. He dado la vuelta a la postal, para poner la dirección de mi chica, que está haciendo un “Erasmus” en Hannover, Alemania, donde se ha ido para aprender alemán.

Justo, terminada la postal y dejada sobre la mesa, me levanté para acercarme a la tapia y volver a contemplar la higuera.

Estando en esta incómoda postura, el pícaro cuervo, sin darme yo cuenta, fue a la mesa y arrampló con la postal, volando al tejado de una casa de enfrente, sin soltar de su pico la postal.

Le quise enseñar mi mal humor, insultándole; pero no, no lo hice. Desde que leí “El Cuervo”, de Edgar Allan Poe, siempre he admirado esta ave y más, desde que estuve en el Seminario Conciliar de Segovia, siempre vestidos con sotana negra, y donde los segovianos nos llamaban “cuervos” o “grajos”.

Le dejé marchar con mi postal; bueno, no podía hacer otra cosa, pues no podía alcanzarle; y, para consolarme, pensé que este pícaro cuervo, por vía de milagro, iría hasta dónde está mi chica, en Hannover, y dejaría caer en su casa la postal.

-O buen Cuervo, le grité firmemente mientras volaba, que por mi bien le entregues a mi chica esta postal, que no quiero hacerme yo solo a pelo tantas pajas. Apelo a tu bondad.

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