Apenas pintaban los primeros rayos de luz los ojos de Samay se abrían para saludar el nuevo día.
Don Gaspar despertaba aún en penumbras ya que disfrutaba encender el fogón de la cocina antes de partir a las faenas .
No habían señales ni llamados para iniciar las primeras labores. Todos sabían lo que había que hacer.
Nehuen se incorporaba una hora más tarde aunque su día se iniciaba casi al mismo tiempo que don Gaspar. Encendía el fuego, alimentaba los animales, ensillaba su caballo y partía al Fundo Cuncumen .
Dejaba su caballo amarrado al frente de la casona y se dirigía hacia la cocina. Sigilosamente se acercaba a Samay a quien sorprendía con un apretado abrazo. Ella siempre terminaba tirando lo que tuviera en las manos, esta vez unos panes recién horneados que velozmente rescató del suelo mientras era besada por Nahuen que no le daba tregua.
En cada caricia que robaba a ese cuerpo de hombre mientras éste hacia lo mismo con su piel se fundían desenfrenadamente y una exquisita sensación recorría sus cuerpos. Unos pasos los volvieron a la realidad. Nehuen se acercó al fuego extendiendo sus manos, que ya quemaban y Samay hábilmente preparó un pan y lo extendió a Nehuen -«ya capataz, mientras está listo el desayuno»- dijo Samay que lo miraba con nerviosismo y complicidad. -«Gracias, lo necesitaba»- respondió Nehuen extendiendo su mano y tomando a propósito la mano de Samay.
-«Vamos Pedro»- dijo Nehuen. El hombre había traido el primer balde de leche fresca. Toda la otra extracción se destinaba a la producción de quesos y mantequilla. Ese trabajo pulcro y artesanal los situaba como los mejores de la zona.
Cuando terminaban las primeras labores todos se reunieron en la cocina.
Samay distribuía en la gran mesa de mantel blanco pan amasado que aún liberaba ese vapor que embriagaba el lugar con su olor, kuchen de nuez, panecillos dulces, pailas de queso fundido, mermeladas caceras, mantequilla, los tazones de leche caliente con café de trigo y canela y un pocillo de carne aliñada y cebolla cortada en pluma, caldo, huevo y trozos de queso para cada comensal. La jornada era larga y ese desayuno les permitía trabajar con energía hasta el mediodía.
Después que el capataz entregaba indicaciones partían a sus labores. Nehuen iba a buscar su caballo no sin antes despedirse de Samay y llevar en sus manos y en su mente las líneas del cuerpo de esa mujer que lo enloquecía. Esa mujer nutría sus deseos su pasión, su imaginación, su memoria.
Samay recibía y atesoraba aunque fuera a hurtadillas todo lo que Nehuen le brindaba. Momentos que añoraban fueran eternos. Samay cada vez que podía lo miraba a lo ojos y le decía que lo amaba. No podía guardar ese sentimiento que la invadía. Nehuen la miraba, besada su frente y sus manos.
Ya no podían separarse aunque lo habían intentado en varias ocasiones. La libertad se experimenta también entre cuatro paredes y sus propios pasos marcarán su destino.
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