Sopa de arroz 

Por: Abner Coldriged 

Era una tarde calurosa de verano y, sin terminar de subir las escaleras, a lo lejos percibía: «Siéntate ahí», me decía y «espérame vida mía». ¡Qué palabras, qué recuerdos! Noventa grados de estío, jamás igualaron el calor de su corazón ni de la olla de alimentos que de costumbre confeccionaba; me recibía, servía y, con la misma pasión, decía: «Si el plato no está vacío, no abandonas tu silla».

Sopa de arroz en la incandescencia del verano, 23 años después, aún tengo el sabroso recuerdo en mi boca: tomates cultivados por sus manos, zanahorias trozadas a la perfección y horroroso repollo, el cual tanto odié y, con el mismo amor, todo el tiempo me insitó a comer. Mi viejita: su amor, compasión y ternura fue el mejor sabor que la vida me pudo regalar; dulce como mi primer café.

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