Surcando los mares del sur

Surcando los mares del sur

Tú y yo. Me cuidas, me proteges, me entiendes.

Miro al horizonte, a mi mundo interior solo mío, aquel en el que me gusta navegar a solas y que tantas otras veces siento la necesidad de compartir. Historias, reflexiones y fantasías se agolpan en él. Por qué las cosas son como son y no de otra manera. Por qué el ser humano hace las calles con nombres de personas, por qué le ponemos etiquetas a todo. ¿Habrá un mundo paralelo diferente de este? Con magia, personas voladoras, dragones, acciones extraordinarias. ¿Cómo podré aprender a volar? Estoy convencida de que es posible hacerlo. ¿Por qué mi tía sufre? ¿Por qué mi madre se preocupa? ¿De qué tiene miedo? ¿Por qué mi abuela me lee historias en su biblia de nácar que inventa y modifica a su antojo, y no puede parar de llorar? Mi otra tía está enamorada, ¿qué es eso? ¿Por qué la gente se da besos? ¿Por qué las batas de los médicos que vienen ahora son blancas? ¿Por qué las de los médicos que vi ayer eran verdes? ¿Cuál es el criterio para clasificarlas?

Salgo a la superficie como si viniera de una nebulosa, despacio, mareada de tanto navegar. Desconcertada, oigo voces a mi alrededor. Ahí estás tú, con tu brazo sobre mi hombro, haciéndome saber que todo está bien. Que me entiendes, que sabes lo que pienso. Que el mundo es un sitio complejo. Me comprendes mejor de lo que yo puedo llegar a percibir, porque sabes lo que me espera. Sabes que voy a tener que pasar muchas, y esperas que no sean tantas ni tan malas como las que pasaste tú.

Me ayudas, me enseñas de historia, de política, me das alimento para mi mente curiosa. Respondes mis mil y una preguntas y me das espacio cuando no quiero decir ni hacer nada más que navegar en los resortes de mi mente.

Tú también eres un navegante. Aun sin gustarte el agua, surcaste los mares de medio mundo, de Argentina a Holanda, Canarias, Marruecos, y mucho más. Los duros veranos en la Azucarera pagaron tus estudios. Tus ganas de escapar del campo y de la Guardia Civil hicieron el resto.

Tu afán de progresar e innovar también te llevó a discusiones. Nadie en el pueblo entendía tus ideas socialistas, tus predicciones sobre el futuro de España, cómo sería y cómo debería ser. Hablabas sin tapujos y eso te costó más de un disgusto. Siempre serio, la vida te obligó a cerrar aún más el cerco al humor, a la farra y a la diversión. Con el corazón en un puño, recogiste a tu familia del desastre y te convertiste, con tan solo 20 años y todas las ilusiones por delante, en el líder, el responsable, el punto de referencia de todos, el proveedor. Guardaste en un baúl todos tus recuerdos hasta poder compartirlos con nosotros. Nos enseñaste a quererlo sin siquiera haberlo conocido.

Él era como nosotros. Soñador, hambriento de saber, avanzado para su época, incomprendido. Una máquina de leer, luchaba contra su esposa por mantener los libros en la estantería aunque estos solo fueran “una fuente de polvo”. Leía tus libros de matemáticas, de historia, de lengua. Un día te sorprendió llamándote cazurro porque no entendías un problema de álgebra de tu carrera de ingeniería. “¿Cómo no ves eso?, ¡Es obvio!”. Y contra todo pronóstico, fue él quien te enseñó a resolver aquel problema. Él, que había aprendido a leer, a escribir, a sumar, restar, multiplicar y poco más escapando por la noche de las garras del campo y de su propio padre. Un niño exhausto después de haber trabajado la tierra todo el día, pero con ganas de aprender. No dormía, pero era feliz absorbiendo saber. Solo su madre le entendía y ella fue cómplice y artífice de su saber. Ella, delicada y audaz. Él, su padre, un hombre tosco que solo entendía el campo y la labranza como forma de vida. Quizás lo decepcionó. Posiblemente no tuvieran mucho de qué hablar desde el momento en que él decidió escapar y buscar un mundo mejor. La ciudad y la Guardia Civil lo acogieron, a él y a su recién estrenada mujer, hija de los dueños de un cortijo vecino, a la que sin conocer mucho había dejado encinta.

Si hubiera vivido ahora, con las opciones y posibilidades que existen, habría hecho mil y una cosas diferentes a aquella. Pero en aquel entonces, aquella era la mejor posibilidad de prosperar para alguien como él. Destinados por toda la geografía española, con un goteo de hijos apareciendo progresivamente a lo largo de los años, él encontró la felicidad en Estella, Pamplona. Allí, las viejas convenciones del sur más profundo no existían. Hombres y mujeres eran más iguales, se podía salir y entrar sin que te juzgaran. En aquella región se sentía libre, al igual que tú, papá. Tenías una cuadrilla de amigos y amigas, y no entendías como después del zarpazo que te supuso volverte a la tierra madre, allí no podías acercarte a una chica sin que pensaran que erais novios. Los géneros enfrentados, las convenciones rígidas y el permiso necesario para poder hablar con una persona del género femenino.

Pero a ti la curiosidad te pudo, y tuviste el acierto de encontrar cerca de ti, en el piso de abajo sin ir más lejos, a tu mitad. Rubia, alegre, divertida, muy tímida. Consiguió ponerte el contrapunto y pintar tu vida de color. Te esperó cuando te fuiste a Cádiz, te apoyó cuando tu familia se derrumbó, navegó contigo por los mares del mundo.

Y gracias a ella, estamos todos aquí, los seis, juntos en pensamiento aunque no en espacio. Con ella pudiste crear un nuevo mundo, el que tú querías, y transmitirnos juntos que las aguas están para surcarlas y que nuestras raíces forman parte integral de lo que somos.


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