Un país en la mochila

Un país en la mochila

PEPA H

22/07/2020

En la fiesta de la matanza del pueblo, apareció el mismísimo Labordeta, con su mostacho característico y su guitarra, con la intención de hacernos un reportaje para “Un país en la mochila”. Mi madre, al verlo, se puso nerviosa y quiso desaparecer.

—¡Soy muy vieja para estas cosas!

Labordeta se acercó a mi madre, cogió sus manos, y murmurándole al oído, confesó que a él sí que le daba vergüenza salir en público, pero que no se lo contase a nadie. A continuación, quiso saber cómo se llevaban a cabo las matanzas de antaño. Mi madre, creyéndose que el cámara no la estaba grabando, advirtió que no se parecía en nada a las de su época. Se sentó y comenzó a relatarnos:

—“Los recuerdos de la matanza, en mi infancia, pasan de lo más trágico a lo más alegre; primero estaba el drama de ver al animal muerto, pero luego por esos mecanismos que tienen los niños, pasaba a la fiesta, al juego, y la algarabía, olvidando la inmolación del gorrino.

Cuando evoco mi niñez, siempre aparecen los olores de la matanza. Algunos nauseabundos como la fetidez de las tripas del animal, otros agridulces de los aliños de los embutidos y luego venían los más aromáticos de guisos y asados.

Los días de matanza, eran verdaderas fiestas. Se invitaban a vecinos, familiares y amigos que venían a ayudar, pero también a pasarlo bien. El trabajo se hacía entre risas, chistes y canciones. Los niños no parábamos de jugar.

Las primeras carnes se comían asadas en una buena candela. Las cañas de lomo, los jamones y paletas eran intocables, había que conservarlas para el consumo a lo largo del año.

El asado era la comida del primer día, pero antes tapeábamos con aceitunas machacadas, tortilla de patatas, embutidos, picadillo, queso y el rey del universo culinario: el jamón ibérico de bellota.

El postre siempre era queso fresco y carne de membrillo, que hacía mi madre en noviembre, coincidiendo con los “Tosantos”, esos días mi casa estaba perfumada con el olor de este dulce.

El segundo día se empezaba tapeando con la prueba de los chorizos. El primer plato era el caldillo y de segundo el refrito.

El primero, se hacía con los hígados y bofes, muy condimentados. El aroma de este guiso era muy potente, debido a la variedad de especias.

El refrito en manteca con  ajos, costillas y castañetas era sabrosísimo. Lo sobrante se metía en orzas de barro y se cubría con la manteca fundida, para comerlo en el verano.

Estas comidas siempre eran regadas con vinos de pitarra de la zona.

La merienda era café con dulces enmelados.

Finalizaba la jornada cansados pero contentos, con más comida, copas, cantes y bailes. Aunque yo me quedaba dormida”.

—Se me ha hecho la boca agua; creo que no habrá tanta diferencia.

—Compruébenlo ustedes mismos. Quedáis invitados.

Mi madre, cuando vio el programa, llevándose las manos a la cabeza, gritó: «¡con todo lo que le dimos de comer encima me mintieron


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