La interpretación de lo que sentimos.

La interpretación de lo que sentimos.

Si son los animales los que tienen los sentidos más agudizados, habría que pensar en qué lugar nos deja a los humanos. El mundo animal es capaz de percibir olores a grandes distancias, no les importa que sean  desagradables para cualquier ser humano, y no es el único sentido del que gozan con amplio espectro de matices. Aún así, desarrollan la habilidad de no importarles, se adaptan fácilmente al mal olor, al buen olor o a su intensidad. Siempre y cuando no se traten de olores ácidos y seas un gato. 

Son capaces de meter su hocico en lugares dónde tú no querrías estar. En ocasiones, yo era un gato oliendo un limón cuando visitaba el «Mercat d’olivar» de  Palma, junto a mi tía y mis primas. De todos los lugares de este maravilloso mercado; el cuál no puede ser ignorado por un buen restaurador, había un rincón que no podía pasar inadvertido. Que siempre se dejaba para el final: La zona de pescadería. Ahí, todo eran risas, miradas cómplices y pícaras, pues todo aquel que me conocía, sabía que para mí, el olor a pescado y marisco me resultaba nauseabundo, por esa razón no solían tratar el tema, y simplemente se dejaba para el final. 

Para la gran mayoría entrar en una pescadería era fácilmente tolerable, pero para mí era terrible, de mal gusto, como que te ofrecieran en un día de festividad caldereta de langosta o paella mixta. Era un olor a mar penetrante con sabor a tripas.

Reunidos junto a la mesa,  todos a mi alrededor se chupaban los dedos, disfrutando deprisa para poder degustar el siguiente bocado. Ese olor y ese sabor, a mí me marcó. Nadie me entendía. Era como decirle a alguien que no te gusta el azúcar, algo difícil de creer. 

Aún me siento rara, como si en la mesa hubiese más de veinte canes olisqueando y comiendo algo desagradable, que me ofrecen después de cazar. Y sí, siento que estos olores y sabores profundamente me marcaron, porque no estando satisfecha con mi animadversión hacia los manjares del mar, quise entrar a trabajar en una pescadería. 

Frío, hielo, textura áspera, dolor de espina, escamas, vísceras, sangre, olor a mar, tinta y lejía y vuelta a empezar… Ahí, todos los sentidos se hacen fuertes. Cuando te acostumbras a esos olores y texturas dejas de sentirlos. Puedes sentirte como un animal. No te molestan, no te parecen desagradables, son como el olor delicioso a paella recién hecha, con su olor a calamar, a pimiento rojo, a arroz «socarrat»,… Con mucho marisco, eso sí, como os gusta a vosotros…

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