Dicen que el oficio de camarero se compone de dos actos: servir y callar. Y escuchar también. Más bien oír, fingiendo prestar atención a lo que se está diciendo.
Las orejas y los labios de Joaquín habían oído y callado muchas cosas. Se aprende mucho detrás de la barra, mucho, mucho.
El oficio lo heredó de su padre. Fue un hombre muy famoso en el barrio, le decían Don Ximo y a su hijo “el Ximet”, aunque él siempre odio el diminutivo que le vinculaba con su progenitor, y desde hace años, prefiere usar el nombre castellano.
Don Ximo era un hombre que tenía fama de bondadoso, aunque eso se debía a que sus clientes no sabían lo que se escondía detrás de la fila de dientes blancos y el amplio mostacho.
“Ximet, en el bar entran dos tipos de clientes: los nuevos y los habituales” decía.
Así era y así sigue siendo. Y el trato era y es muy distinto en ambos casos:
“Buenos días caballero”, “Buenas tardes, señora”- Amplia sonrisa-“¿Qué van a tomar?” “Café solo, por favor”” “Una cerveza, si es tan amable” “Aquí tiene” “Gracias”
“Hola, Ximet” “Hola Paco, ¿Lo de siempre?” “Sí, gracias” “¿Cómo va? ¿Y la familia?” “Bien, bien…”
Dos tipos de clientes, con dos tipos de historias que oía y callaba Joaquín.
Sus clientes más fieles, casi todos de la época de su padre, eran en su mayoría hombres, ya que en tiempos de Don Ximo eran los que más acudían a los bares.
Ahora y entonces, se posan frente a la barra y, entre vistazo y vistazo al periódico, se repite la misma conversación en la que ni uno ni otro muestra demasiado interés. “La familia bien, como siempre (silencio, pasa la página) ¡Hay que ver los políticos de ahora…!” Y el camarero limpia que limpia el mostrador mientras escucha y calla y, de vez en cuando, asiste con la cabeza.
Solo en un caso, son ellos los que se interesan por algún aspecto de la vida del camarero y es entonces, cuando diariamente los roles se alternan y es Joaquín el que responde la misma frase aprendida y repetida cientos de veces: “Mi padre bien, ahí sigue, en su residencia”
“Este Ximet es un tros de pa, igual que su padre, que pena lo suyo, si es que todos vamos para abajo…” es lo que se repite en sus mentes.
Mientras que, los pensamientos que se cruzan por la mente del camarero, están a menudo conectados con frases del propio Don Ximo sobre sus clientes de toda la vida. Pero en eso, el camarero es distinto a su padre, ya que le da igual la vida de la gente, le da igual lo que hagan aquellos abuelos. Solo oye y calla, oye y calla. Intenta desprenderse de las opiniones de su padre, igual que se ha desprendido de tantas cosas suyas, empezando por el nombre.
Su único legado han sido el bar y los clientes.
Con los clientes nuevos, rigen otras normas, también muy estudiadas: cuando dos o más clientes tienen una conversación, el camarero debe hacerse invisible.
Debe servir la consumición discretamente, sin atender a la conversación que acaba de ser interrumpida por su presencia, y retirarse rápidamente para que puedan continuarla. Permaneciendo, no obstante, atento a cualquier gesto por parte de los clientes.
“El manual del buen camarero” es la tercera herencia del progenitor:
No importa cuán disparatado o cuán extraño o interesante sea lo que oiga: no es de su incumbencia
Por todo eso, aquella noche, a Joaquín le daba igual lo que aquél extraño grupo de chicos, que permanecía en el bar a aquella hora intempestiva, estuviera tramando en la mesa del fondo.
Solo le importaba lo mismo que de todos los clientes, los nuevos y los habituales, que entraban en su bar: que pagaran la cuenta y se largaran. Además era la hora de cerrar.
Ellos le miraban pensando si se podía enterar de algo de lo que allí se dijera, pero no tenían nada de qué preocuparse.
Porque la máxima del camarero era el cuarto y más importante legado que le había dejado aquél que, debido a su enfermedad, ya no podía recordarla.

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