La Fonda de Pilar

La Fonda de Pilar

Todas las personas que me rodeaban en la niñez están muertas físicamente pero están conmigo siempre cuando cocino.

La Fonda fue el punto de encuentro y alianzas de la vida vecinal. Aquella cocina era el Sancta Sanctorum de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Todos los fogones iban al unísono casi todo el día. Pilar era la reina. Se movía con una gran soltura en aquella cocina minúscula pero para ella con su ingenio y sapiencia culinaria era suficiente.

Con el tiempo numerosas personas que recalaban allí a menudo terminaban siendo consideradas “casi” como familia. Cuando llegaban más clientes de los esperados, personas que iban de ruta, en su mayoría viajantes que desembarcaban en el pueblo Pilar llamaba a las vecinas para cooperar y nos distribuía tareas. Yo, como niña de los recados, tenía que multiplicarme para ir a las distintas tiendas de suministros procurando no cometer errores. Así como íbamos sumando años teníamos diferentes atribuciones en los quehaceres de La Fonda. Desde que amanecía nos íbamos preparando todas para que el día fuera por los canales habituales de dar tranquilidad a los clientes y esperábamos con ganas poder llegar a la noche para compartir las diferentes habladurías de las que nos habíamos enterado. Nos faltaban muchas cosas en la década de los sesenta , eran años de privaciones para el pueblo llano pero aquel compartir y las risas que nos esperaban al final de la jornada nos hacían olvidar las carencias.

Subiendo las escaleras la mezcla de los peculiares aromas que se escapaban de la cocina te recibían y ya podías adivinar qué ingredientes componían el menú aquel día. Aquellas humeantes ollas con sus productos bailando dentro a veces lento y a veces con alegría salsera nos enseñaban que la unión de todos era el mejor anclaje para un resultado placentero. Eso sí: todo el instrumental que allí había relucía. Una extrema limpieza era lo principal. Y nos veías a todas frotando hasta que no quedaba un asa sin limpiar, una sartén sin relucir y unos fuegos listos para la próxima faena todo en orden y brillante como un espejo..

Aquella cocina cuantos misterios llegó a contener…!

Recuerdo cuando había una acumulación de claras por que las yemas se habían empleado para otros menesteres Pilar las montaba con una maestría especial. Unidas claras y azúcar resultaba un “monte nevado” que poníamos encima de los “cantillos” de pan y era una de las meriendas más apetitosas junto al pan con vino y azúcar y pan con tomate y panceta que nos comíamos con gran deleite. Como cada estación trae sus vegetales y sus animales los menús también se adecuaban al cambio.

Cuando entro en mi cocina siempre tengo presente al grupo ya que a mí no me gusta cocinar en solitario por que ellas me enseñaron a hacerlo mientras estábamos juntas y las invoco para que me ayuden a conseguir aquellas salsas de almendras, aquellas manzanas asadas, y aquel jugo de vino con nueces. Que buenos tiempos!

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