Hace un par de años, poco tiempo después de comenzar a escribir, me llamó un amigo. Tras los saludos preceptivos me confesó que llegó a pensar que había muerto. ¿Por qué?, le pregunté. ¿Y qué quieres que piense? No tienes perfil en Facebook, tampoco estás en Twitter, no usas Whatsapp… Por fin pude localizarte a través de un amigo, que tenía el teléfono de otro amigo común y éste tenía el tuyo.

Pensé en ello. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si todo aquel que no puede ser localizado en ninguna red social pasara a convertirse en un cadáver social? ¿En una especie de ermitaño? ¿En un renegado social?

Decidí abrir perfiles en las dos primeras, aunque todavía sobrevivo sin la tercera.

Por otra parte… ¿Escribes para que tus obras puedan ser leídas? Si es así y decidieras no usar las posibilidades publicitarias que están a tu alcance, ¿Qué otros sistemas puedes utilizar? ¿Cómo hacer llegar tus escritos, por ejemplo, al otro extremo del planeta en cuestión de segundos?, y ¿cómo hacerlo, además, de forma simultánea?

Qué es preferible. ¿Aprender primero a escribir con corrección y aprovechar un corrector para detectar posibles errores por despiste?, o no «perder el tiempo» en aprender y que sea el corrector quien haga todo el trabajo. En el primer caso, no disponer de tecnología digital apenas resultaría un problema. En el segundo, presentar un texto en mínimas condiciones de legibilidad, sería imposible. Entonces y disponiendo de esas ventajas ¿Por qué una gran mayoría de los textos escritos con tecnología digital siguen conteniendo errores imperdonables?

¿Puede considerarse «escritor» a alguien que confía la corrección de su escrito al corrector ortográfico de su procesador de textos por muy completo que éste sea?

¿Podemos llamar «escritura» a un conjunto de palabras con cierto sentido, aunque algunas incompletas, que conviven con otros símbolos para, en teoría, complementar el mensaje?

Algunos defienden esta práctica autodenominándose «transgresores».

En literatura, ¿»transgresión» puede llegar a convertirse en sinónimo de «incorrección»?

¿Puede considerarse transgresor todo lo incorrecto? ¿Resulta admisible esa transgresión a las normas de escritura?

—Hoy escribe cualquiera. —Escuché decir—. Basta con teclear y teclear. Ya no importa tu caligrafía, ni tu ortografía. El ordenador arregla todo eso.

—A ver, escribe tú algo presentable — respondí.

Tomó asiento frente al ordenador y me miró.

—¡Vamos! Díctame lo que quieras.

—Dile al ordenador que te dicte; él lo arregla todo. Ahora yo no tengo nada que contar y parece que tú tampoco —respondí.

Pienso que hoy, como ayer y como siempre, escribe el que tiene algo que decir y no debería importar ni el medio ni el soporte; pero en ambos casos sí que debería cuidar el mensaje que desea transmitir, para así lograr su objetivo y que lo escrito no sea más que una perorata incomprensible para la mayoría de los lectores.

Puede parecer pretencioso afirmar que la escritura, tal y como la conocemos, perdurará por siempre y que la inclusión de símbolos en ella, o para sustituir una parte es una moda pasajera. Tal vez sea cierto, pero no resulta menos pretencioso, afirmar que es un invento de las nuevas generaciones, sin dejar patente su ignorancia.

¿Acaso no son más que símbolos las escrituras que datan de más de 6000 años de antigüedad?

¿Supone entonces el uso de la simbología en la escritura digital un retorno a las raíces de la escritura?

¿Podría significar el principio de algo que pudiera llegar a convertirse en un lenguaje universal?

En la antigüedad se usaron papiros, grabaciones en piedra… Hoy conviven papel y bolígrafo, con pantalla y teclado. Supongo que llegará el día en que, al igual que hoy nadie graba en piedra más allá de un epitafio, tampoco se use el papel.

Tengo la esperanza de que, aunque sea en manos de algunos privilegiados, se conserven magníficos ejemplares de las mayores obras maestras de la literatura.

Mientras, el resto de los mortales nos pasearemos con una edición grabada en un pen drive que intentaremos conservar como un valioso tesoro.

Lástima.

—Fin—

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