Cuando desperté, el sol pintaba mi cara con esa rendija de luz que penetraba a través de la grieta que la cortina dibujaba en la ventana.
La cama estaba revuelta, como si las sábanas hubieran tenido vida propia durante la noche.
La habitación, de colores. Huele a Channel.
Hay un perchero lleno de vestidos que casi ni me pongo. Rara vez salgo de aquí.
Perdonad, no me he presentado.
Mi nombre es Manuela y vivo en un pequeño pueblo del Valle del Alagón.
Hoy he conseguido hacer la maleta.
No tengo grandes ropajes que ponerme ni tampoco unos buenos zapatos pero al menos he podido juntar unos ahorros trabajando muy duro.
Mi cama ha sido compartida tantas veces que hablo de ello sin ningún tipo de pudor. No me pongo ni colorá’.
Aquí llueve, ¿por ahí qué tal hace?
Hoy me voy a Madrid. Ya no aguanto más en este pueblo donde todos y todas te señalan únicamente por haber conseguido dinero usando tu cuerpo…Todavía no entiendo el pecado… ¿a caso no lo usa un escritor mientras escribe o una bailarina cuando baila? Yo soy polifacética, hago muchas cosas con partes diferentes de mí. No soy pecadora, me gano la vida.
Acabo de subir a la furgoneta pintorrejeada por todos los colores habidos y por haber de mi vecino. El tipo es simpático, aunque no habla.
Seguía lloviendo cuando arrancó y cruzamos los paisajes verdes de aquellas tierras que me vieron crecer y ahora me veían partir. Los algodones eran puntitos blancos que pintaban la lejanía.
A estas horas, el sol ha de estar dibujando un punto brillante sobre mi cama, justo en el sujetador de colores que tanto me gusta. Acabo de darme cuenta de que lo he dejado olvidado. Mierda.
Paco, el vecino de la furgoneta de colores, paró en seco. Habíamos llegado. Se relamió. Ni
siquiera me miró a los ojos. Ni corta ni perezosa, le dio un lametazo que hizo que mi cuerpo se estremeciera. El hombre no se movía pero disfruté tocándole el paquete como si no lo hubiera hecho antes.
Bajé decidida a comerme el mundo e hice la cola para comprar el billete. No tardé mucho. En
cuestión de unos pocos minutos estaba en el andén esperando a que
el tren viniera a buscarme.
Madrid es una ciudad que aún no conozco pero pareciera que hubiera estado allí. He leído mucho sobre ella y he visto la imagen de la Gran Vía millones de veces. De hecho, un día me dio por pintar edificios en la pared de mi cuarto y a todo hombre que tenía la gran suerte de dormir conmigo, se lo contaba. – «Esa calle la recorreré algún día de la mano de un buen tío que quiera algo más que un polvo de mí»- Solían reírse… o meterme mano.
Disfruto con el sexo y creo que eso no es pecado, aunque a estas alturas siga siendo un poco tabú en sociedad. Yo lo veo normal, natural.
En mi pueblo, la mayoría son parejas que llevan juntas desde la niñez. Normalmente, el hombre pone lo cuernos a la mujer pero ellas o son tontas o les da igual…lo consienten y siguen son ellos. No disfrutan su cuerpo. Siento lástima por ellas. Si supieran que alguno que otro ha estado paseando por mis curvas e incluso me ha hecho llegar al cielo, varias veces, en una tarde,…¿se llevarían las manos a la cabeza? Seguramente no, las llevarían hacia la mía y tirarían de mi melena con fuerza. No es justo. Los cuernos los ponen ellos, no yo.
Faltaba muy poco para que el tren saliera. Miré hacia la calle para curiosear.
Allí está Paco, mirándome con un deseo que le sale por los ojos.
– Bueno,- me dije-, me da tiempo a uno rapidito.
No sabía que este hombre fuera tan pasional. Es mudo, será por eso que usó más sus manos para expresarse.
Sin duda, no hubo mejor forma para emprender ese viaje.
Dormí durante casi todo el trayecto.
Al llegar a Atocha, supe que empezaba una nueva vida.
Todo era distinto.
Escuché cómo me llamaban a voces.
Era un chico que hacía unos meses conocí en Facebook. Estoy loca, sí, pero necesitaba un punto de referencia para comenzar mi andadura por la capital. No conozco a nadie aquí ni sé dónde quedarme. Pensé que sería una buena opción entrar en un grupo de gente joven de esta red social. Hablé con varias personas pero sólo con él entablé lo más parecido a una amistad.
Eran ya casi ocho meses hablando.
Federico y yo no nos conocíamos físicamente y, por consiguiente, nunca habíamos tenido sexo.
No os preocupéis, no lo tendríamos ahora tampoco. Federico es homosexual. Estos meses también le han ayudado a él para atreverse a salir del armario y dar un portazo en la casa de sus padres.
Me llevó a su piso compartido. Vivía con dos chicas, una de ellas, trans.
Aquello era tan diferente…mis ojos brillaban por ver tanto color, tanta diversidad. Aquí nadie va a mirarme como si fuera un bicho raro.
Esta noche tenemos una fiesta. Federico cree que es la mejor forma para «presentarme en sociedad».
No sé muy bien qué ponerme.
Fui a la habitación de una de las chicas para pedir consejo. Llamé a la puerta y entré tras escuchar un «adelante».
Allí estaba Carla, delante de un espejo, con los pechos al aire a punto de probarse un vestido.
Juro que nunca pensé que me pasaría algo así. Tuve la necesidad de tocarla. No sabría explicarlo. En unos segundos tuve que decidir si hacerlo o no. Quizás si la tocaba, ella me seguía el juego…pero ¿y si, por el contrario, se molestaba y lo que parecía estar siendo un buen comienzo en otra ciudad se convertía en todo lo contrario?
Elegí quedarme quieta pero mis ojos hablaron por sí solos. La miraban y la miraban…
– Ven, acércate- dijo ella.
Pero mis pies no se movían.
Ella se acercó y sus pezones rozaron mis dedos cuando cogió mi mano.
Oh, Dios mío..aquello sí que fue estar en el cielo.
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