Clamaban las voces, las voces del río,

detrás de las rocas, entre el arenal.

Aunque siempre oído, no era escuchado.

Intentó un lamento, un lamento inútil,

Tratando las mentes tal vez despertar

del sueño ilusorio, fútil y falaz.

Y se unía el agua a su triste llanto;

le traía recuerdos de aquel tiempo atrás.

En que había peces en gran abundancia

y que libremente podían nadar.

De cuando el molino el trigo molía

y cuantos costales de harina llenaban,

así el alimento jamás escaseaba.

De las lavanderas, con manos gastadas,

que fregaban ropa y al sol la secaban.

Mientras trabajaban, contaban la historia,

la mismita historia de la anciana avara,

que como fantasma de noche asomaba

y a los caminantes siempre amedrentaba.

Y de aquella tierra, tierra respetada,

que cual esmeralda de verde lucía.

Tierra bendecida por el agua clara,

cristalina y clara; que fluía la vida

por donde pasaba.

Perfecto equilibrio, conjunción sublime,

nada detenía la gracia de Dios…

Mas llegó el progreso, ansiado progreso,

que a su paso lento, solapado y lento

y sin miramientos todo lo cambió.

Lo modificó; esparció en el agua

líquidos cloacales, desechos,

cianuro, talio y mercurio.

Cavó en sus entrañas, profundo y con saña;

taladró sin tregua su fiel corazón.

Y cayó la noche, la noche del alma,

plena de tristeza, y de desamor…

Pero en aquel tramo, detrás de esa roca,

en aquel recodo, un Sol de justicia pronto nacerá.

Surgirá del agua, como todo lo hecho;

romperá los velos, traerá el equilibrio.

Con fuerza inusual dragará su cauce,

Una luz radiante arderá en su garganta 

y al Alma del Mundo su canto sublime, 

al fin se unirá.

.

María en sus lejanías

La cabeza erguida, la mirada triste,

La falda floreada con vuelo al andar.

Los hombros cobrizos su brillo exaltaban

La blusa muy blanca de fino percal.

Pensaba en la plaza del pequeño pueblo.

Zapatos gastados, cosidos, pintados.

Ropa dominguera zurcida a un costado

Bien limpia y planchada para coquetear.

Llevaba María por calles vacías

Pequeña canasta cubierta en mantel.

— ¡Pancitos calientes! ─gritaba su boca.

Y en sus pensamientos, tenía María

Los bellos recuerdos de sus lejanías.

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