—Cayetano, te tengo que pedir un favor — Había salido mi abuela Felisa de la mercería y cruzado la calle, dejando a mi abuelo Luis atendiendo. Cayetano era el propietario de la tonelería que estaba enfrente y había sido amigo de mi abuelo desde pequeño.

—Dime Felisa.

—¡Creo que Luis tiene una amante! ¡Quiero que lo sigas! —Le decía Felisa con los ojos medio húmedos, comenzando a llorar.

—Voy a hacer lo que pueda, uno de estos días le seguiré.

—Muchas gracias.

A Cayetano no le gustó la promesa que le había hecho, sobre todo por ser su mejor amigo, podía irse a donde quisiera pero encima tener que contárselo a su mujer, aunque fuera también su amiga, tenía su punto.

A los pocos días vio que Luis salía a la hora de la siesta, decidió seguirle. Iba por la Cava Baja, Cuchilleros y subió por el Arco de Luis Candelas, atraveso la Plaza Mayor, bajo por la calle Postas donde los estraperleros vendían piedras de mechero, Puerta del Sol y en la Mallorquina se paró a comprar una napolitana que llevaba envuelta en papel, continuo por La Puerta del Sol y subió por Montera, se paró en el número 23, saludo a la portera y subió. Cayetano no sabía qué hacer, enfrente un poco más arriba había un bar y esperó tomándose un vino tinto con sifón.

Al cabo de dos horas salió Luis, Cayetano se acerco hasta la portera para intentar sacarla a que piso iba su amigo.

—¡Hola, buenas tardes! —saludó Cayetano a la portera. —Vengo a buscar a mi amigo Luis y me dijo el numero pero no me dijo el piso ¿Me puede ayudar? —le decía Cayetano con voz melosa. La portera que estaba sentada en la puerta de la casa, se le quedo mirando.

—¿Quién es Luis? — dijo con un poco de cachondeillo —. Que yo sepa aquí no hay ningún Luis viviendo.

—No es un vecino, ha venido a ver a un amigo suyo y vengo a darle un recado del despacho —dijo en tono muy convencido y señalando unos papeles que llevaba en la mano.

—Sé qué hace un rato llego un señor alto, cuarentón de buen ver, con un paquete en las manos de la mallorquina, pues olía a napolitana que apestaba y subió a ver a la Vero, digo la señorita Verónica, vive en el tercero derecha. Pero su amigo acaba de irse —dijo con cierto gusanillo de curiosidad.

—Muchas gracias, si dice que se ha ido, iré a buscarlo al despacho. ¿Buenas tardes señora…?.

—Señora Francisca, para servirle —contesto rápidamente la portera.

—Muchas gracias por todo, señora Francisca, nos volveremos a ver.

—¿Has averiguado algo, Cayetano? —Venía muy compungida Felisa pero tenía que saber si Luis tenía una amiguita.

—Le he seguido, tenías razón, tiene una amiga en la calle Montera, 23 tercero derecha. Se llama señorita Verónica —diciendo esto suspiró y se la quedó mirando. —No me pidas más que vigile a Luis, vuestros problemas os los solucionáis vosotros.

Cayetano a los pocos días vio salir de la merceria a Felisa con el chusco de la tienda y comenzó a reírse, conociendo a Felisa pocas ganas tendría la señorita Verónica de volver a ver a Luis.

Felisa iba muy concentrada por la calle, a sus 27 años no iba a ponerse a llorar en un rincón viendo marcharse a su marido con una fulana. Al llegar a la Puerta del Sol, la cruzo y comenzó a subir por la calle Montera. Agarro fuerte el chuzo, lo tenía tapado con un pañuelo. Subía por la acera de enfrente, para saber si estaba libre el portal o había alguien. «¡El 23, y sin nadie!», se dijo Felisa y cruzando se metió como un diablo y comenzó a subir , cuando llego al segundo piso el corazón se le desboco, comenzó a latirle fuerte y al llegar al tercero le salida por la boca. Estuvo casi medio minuto delante de la puerta para serenarse.

Sonaron 6 timbrazos largos en la puerta del tercero derecha, luego silencio, fueron unos segundo de tensión, volvieron a sonar otra vez 6 timbrazos esta vez más cortos y rápidos.

—¡Ya voy! —Oyó decir desde dentro de la casa—. ¡A qué tanta prisa! —La voz era de una mujer joven, —¡Quién es a estas horas de la mañana! —dijo Verónica abriendo la puerta y encontrándose a Felisa.

—¿La señorita Verónica? —lo dijo muy suavemente, con una voz irritada y al mismo tiempo cariñosa .—Soy la señora Felisa, esposa de Luis y madre de sus tres hijos, quiero pedirla que deje usted de engatusar a mi marido, la voy a estar espiando y como vuelva a verla, la rompo la cara —diciendo esto dejo caer un poco el pañuelo y dejando al descubierto el chuzo que llevaba en la mano — ¿Has entendido bonita?

Verónica, se quedó perpleja. Claro que sabía que se estaba dirigiendo a su nuevo fichaje. Pero mirando a su mujer le entro un escalofrío por la espalda, diciéndose que con esta tía no había que hacer tonterías.

—No sabía nada, nos conocimos por un amigo y luego me acompañó a casa —dijo Verónica.

—¡Pues ya lo sabes, guapa! ¡Tú decides! —diciendo esto Felisa, se dio la vuelta y se fue escaleras abajo, comenzando a dejar salir el aire que tenía retenido todo el tiempo en el pecho.

Esa tarde mi abuelo volvió a salir a la hora de la siesta otra vez, pero volvió a la media hora muy cabreado, no quiso hablar con nadie y se encerró en su habitación. Desde ese día no volvió a salir a la hora de la siesta.

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