Rumbo por las viejas calles de la ciudad, en la medianoche del invierno, los hombres vagan con escepticismo hacia sus alejadas casas, son sombras que tan solo son iluminadas por el Monstruo del millón de cabezas, sus almas desechas vagan hacia las puertas de sus respectivos hogares y muy dentro se callan. Las fábricas abren sus chimeneas, las luces se ponen más lúgubres, pero no se apagan, son un destello sin calor, un destello egoísta y avaro ante aquellos que necesitan su fuego.

De repente sonaron las pisadas descalzas, unos harapos iban arrastrados detrás de él, un niño de carita sucia y con los ojos llorosos, su nombre es Tobias. La abominable ciudad dominaba sus miedos, lo dominaba enteramente y le comenzaba a apresar, pero él no parecía rendirse, aunque aquella tos resquebrajante y una fiebre interminable le obligaban a tiritar al lado de la acera.

Sus dedos estaban rígidos como la hiel, los pies enjutos y morenos temblaban sin control, tenía la mirada confusa y tan solo pudo entender que estaba entre los caminos hacia un cerro, su vista se dirigió a un panorama misterioso, la ciudad de Lima estaba debajo de sus pies, podía ver casi todas las barriadas, los parques eran minúsculos y la vista al mar llegaba a su corazón como el temor de un Simbad, se distrajo por un momento y luego se acurrucó en un callejón.

¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegue aquí? Pensaba el niño sin poder pensarlo, sentía que por más que se preguntara, no podía responder, era como gritar, tan solo recibir un eco latente desde allá, y cuando parecía recordar algo más la fuerte brisa traída desde el mar le golpeaba en la cara y todo recuerdo se le desvanece.  

Siente hambre, tiene las uñas carcomidas por culpa de eso, sus visiones guardan la esperanza de poder comer algún postre, como aquellos que habría olido en algún momento de su corta vida, cuando cruzaba las ruidosas calles llenas del tumulto de la gente, cerca a algún parque, ¿podría volver mañana y ver la vitrina de nuevo? No sabía en dónde estaría aquel lugar, pero tan solo el olor llegaba a valer el sacrificio de la larga caminata. Entonces encontró entre sus prendas un pan duro, casi mohoso, pero comestible, cuando lo sacó en su paladar, sintió que aquella masa había sido lo mejor que había probado.

Poco duró su deleite, pues el frío lo golpeo muy fuerte, los pies descalzos se le pusieron tan rígidos que se entumecieron, se cubrió lo más que pudo y durmió entre sollozos sobre la acera de un callejón. 

-:- 

Los vientos parecen haber parado, de repente el mundo es tan silencioso que ni la brisa se escucha en los oídos, Tobias aún descansaba serenamente, hasta que entonces siente un fuerte siseo entre sus pies, sus ojos se abren rápidamente y se encuentra frente a él a un ser demacrado, un gato sarnoso, de ojos saltones y reptilianos, posa su voraz mandíbula afilada que, antes de que se percatara el chico, llevaba la última rebanada de pan que le quedaba.

No lo pensó dos veces y con las manos lo intentó atrapar, pero el felino era veloz como los roedores y el crío cayó sobre la pedregosa tierra de la pista, por suerte de él resultó ileso de la contusión. El animal corrió colina abajo por las piedras gigantescas del terreno empinado, el chico no tuvo más que seguirle a costa de bruscos saltos. Lo persiguió por por las calles abandonadas, por algunas rústicas casas de sombras susurrantes y cerca de alamedas solitarias del malecón.

El mundo comenzó a ponerse oscuro entonces, las cosas parecían estáticas y fuera de lugar, mas Tobias solo se fijaba en aquel gato, un ser que fugazmente paso entre la oscuridad de la oscuridad y que de repente se paró debajo de un viejo farol. Cuando estuvo a punto de agarrarlo, el animal desapareció en la oscuridad, sin dejar rastros ni huellas, pronto, él se daría cuenta que una siniestra aura negra le rodeaba, solo la luz opaca del farol le aislaba del pleno ocaso del alrededor.

Estaba aterrado, además de tener hambre y confusión, sentía un miedo inexplicable, una niebla fría paso por sobre su rostro, no había ningún viento, pero se sentía un escalofrío penetrante . Miro por todos lados, solo estaba el farol y el negro absoluto, intento escuchar algo, gritó, pero ninguna sola voz se oía: estaba completamente solo.

Tobias sintiéndose atemorizado, deseo ver de nuevo al gato, deseo volver a ver las casas, el mar oscuro, no importa como, pero no deseaba estar ahí, sus deseos se volvieron en lágrimas, el chico abrazó el farol y lo tocó como si fuera su última compañía existente, la ultima en aquel silencio solitario, se desespero y lloro más, no solo por el hambre y la soledad, sino también por la absoluta confusión que le comenzaba a oír voces extrañas y macabras, por no saber cómo llegó hasta ahí, por no saber que había hecho, si muy posiblemente había sido inocente de todo aquello. 


Rompió en llanto… y entre el llanto recordó. No sabia como, pero con cada lagrima comenzaba a recordar mas, el olor de los panecillos en aquella tienda cerca a una avenida, el ladrido de los perros, su casa, su vida en una guardería, el olor de las flores del cementerio y sobre todo a su madre, su dulce madre.

Las voces pararon y comenzaron a haber sonidos mas serenos, el piar de unas aves, el roce de unos pastizales, sintió un ardor cálido por el cuerpo. Cuando Tobías volvió a abrir los ojos, vio la claridad de una luz, un sol que brillaba a su frente, un farol en medio de un gigantesco campo de girasoles, una senda por donde venía la sombra de una bella mujer vestida de blanco.

Él lo supo en esa mujer, esa mujer no podía ser más que… ¡Madre!

Los sollozos corrieron alrededor de su rostro, el cuerpo le comenzó a temblar pero aun así Tobías salió corriendo hacia los brazos de su madre, ella le dio un abrazo y un beso en la mejilla, él no pudo parar de decir mamá cada momento que la veía, mientras sus sollozos no paraban de cesar.

–Ya no llores, ya todo ha terminado… – le responde ella con su tierna voz. 

El chico intenta responder, pero el llanto de alegría le interrumpe, y entre tartamudeos confusos responde. 

–No… no me… ¡No me vuelvas a dejar, mamá…! 

–Ya cálmate, todo ya pasó – consoló la madre, peinandole los risos del cabello–. Ahora ven, sígueme cariño…

Tobias no dudó en darle su mano y abrazarla mas fuerte, olvidar sus tristezas y las querellas del pasado, ahora solo pensaba en su madre. La senda guia hacia el poniente sol, madre e hijo van hacia él, todo parece brillar tanto, tanto…. que al final, el blanco llena la reconciliadora escena.

Lima, 2020

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