7 de septiembre de 1960.

En algún lugar entre Vigo y Buenos Aires, en medio del Océano Atlántico. Tenía pavor a que el viaje me sentará mal. Ya me habían advertido de la facilidad con la que uno pierde la verticalidad aquí, pero de momento la mar está en calma y el barco se balancea lo justo.

Ayer conocimos a otra familia que, al igual que nosotros, va a la boda de su hija. Qué lamentable que tengan que buscarse el porvenir en otro país y qué dichoso que hayan encontrado una oportunidad en esta tierra.

Cuando Petrita nos dijo que se marchaba apenas la creímos. Estábamos cenando y decidimos no hacerla caso y cambiar de conversación.

-Ya tenemos los pasajes, nos vamos en quince días – nos anunció.

Los tenedores cayeron al unísono sobre los platos y su padre, sus dos hermanos y yo nos quedamos boquiabiertos. Hacía tres meses que había entrado de aprendiz en una casa de modas. El sueldo no era gran cosa pero era lo suficiente para contribuir en casa y tener para sus gastos.

– Antonio dice que allí podremos abrir una empresa y formar una familia – prosiguió.

-¿Una familia? – bramó mi marido – ¿Alejada de todo? Qué vas a hacer allí tú sola, sin nadie que te pueda echar una mano, hija.

-Antonio dice que ya hay muchos españoles allí y que son como hermanos. Nos llevaremos tan bien como una familia unida.

Anoche el grupo de gaiteros que viaja con nosotros sacó sus instrumentos y, en medio del océano, sonaron los acordes de canciones que nos hacían ya sentir nostalgia por nuestra tierra. Mi marido, que había estado desanimado y cabizbajo todo el viaje, comenzó a dar palmas y a animar a todo el mundo a que le siguiera. Aquello pronto se convirtió en una fiesta a la que se fueron añadiendo miembros de la tripulación.

«Esto solamente pasa con los españoles», dijo el capitán en un ambiente relajado y de confianza con un grupo de nosotros. «He viajado por muchas partes del mundo y solamente nosotros somos capaces de generar un trozo de nuestra tierra en cualquier sitio, incluso en medio del océano».

Se hizo un silencio entre nosotros y nos quedamos mirando al agua, como si el batir de las olas nos estuviera contando una historia. La historia de un viaje que sería solo de ida.

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