Hace 4 años, surgió una oportunidad que no consideraba a mi alcance, de forma que, al confirmar lo contrario, la acepté sin pensarlo: pasaría un año sola en Francia, con gente que no conocía, y sin dominar el idioma. No pensé que fuera a ser uno de los más importantes de mi vida, pero ahí estaba yo, viendo las nubes y montañas pasar por la ventana del avión. No pensé que me fuera a costar tanto trabajo adaptarme. Simplemente no me paré a pensar.
Voló el tiempo, de un día para otro mi grupo y yo ya estábamos organizando una pequeña fiesta para celebrar la Independencia, luego ya estaban llegando nuestros amigos. Y al darme cuenta ya bailaban todos. ¿Qué hacía yo ahí? Ni sabía bailar, y ya me pedían que bailara. La danza no había existido para mí en un mundo de libros.
Y luego estaba caminando por el pueblo con una nueva amiga que era también mexicana, pero encima acababa de conocerla. Ya habían pasado tres meses. La Navidad se acercaba, y se habían consolidado más amistades con aquellos franceses que habían acudido a la fiesta. Si no en clase, en el camión escolar, o en los descansos.
Cuando llegó el momento de ir de compras navideñas, fui con mi «hermana» y unas amigas de pueblos vecinos a Morlaix, ciudad que, me enteré ese día, fue de gran importancia en una de las guerras mundiales. Pasó la Navidad, y el Año nuevo, y mi amistad con la chica que mencioné anteriormente, Aida, se vio impulsada principalmente por nuestras familias, queeran muy cercanas. Para cuando terminaron las vacaciones de invierno, todos los mexicanos estábamos emocionados por los viajes que habría en esta parte del año, además de los amigos que irían a Francia por un mes.
Se fue volando la primera parte del año y ya era marzo. Faltaba poco para que llegaran todos, pero aún no sabíamos a dónde sería el primer viaje. De repente ya era el cumpleaños de una amiga, María, y le compraron un pastel en la tienda del pueblo. El viernes que llegaron, se hizo una noche de crepas para que se integraran un poco. Uno de mis mejores amigos, Carlos, con quien me divertí muchísimo durante su estadía, perdió su mochila, donde tenía cosas importantes. Nos pidió a María y a mí que de llegar antes a la escuela viéramos si estaba la mochila. Basta decir que su cara valió la pena cuando le dije que no estaba (yo la escondí al verla). El día del cumpleaños de Carlos, María y yo fingimos no saber, para probar su paciencia, y el pobre sufrió la mayor parte de su mañana pensando que no sabíamos de verdad.
El primer viaje nos llevó a Barcelona, donde Yohann (amigo de Francia) y yo, subimos unas escaleras eléctricas en sentido contrario, y al llegar arriba me pareció que iba a caer al suelo de la risa. Luego Yohann se quedó afuera del museo y ahí sí me caí. La señora que nos hospedó a una amiga y a mí se sorprendió de que habláramos tan bien español, y al final nos compró la salsa más picante del súper, queincluso a mí me supo a catsup. El segundo viaje fue a París. El recuerdo de esos días me llena de felicidad.
Carlos y yo nos perdimos en el Louvre. Carlos se cayó en unas escaleras. Yo me atoré en la puerta de un camión. Subimos la Torre Eiffel por las escaleras . Compré un paraguas y dejó de llover. Cruzamos la calle caminando como palomas y los conductores nos gritaron mucho. Pero lo mejor fue las cenas en el Flunch que está frente al Pompidou. Ese año fue muy popular «The Cup Song» de Anna Kendrick. María, Carlos, otros amigos y yo la representábamos con saleros, pero algo pasó que una vez la sal casi sale volando. A tres amigos se les cayó el helado en menos de 5 minutos, y un señor nos estuvo diciendo cosas ininteligibles un buen rato. Lo mejor de ese viaje.
Luego todos volvieron a México, o a Bretaña, y yo me quedé ahí con mi familia, que me visitó para mi cumpleaños. Pero luego mi familia volvió a México. Quedaban casi dos meses para volver a casa, y un viaje. Este viaje nos llevó a Alemania, tres ciudades, una semana. Nos encontramos a una señora mexicana que llevaba varios años viviendo en Aachen, y estaba tan contenta que nos regaló 30€. Lo que más disfruté fue el museo del chocolate, en Colonia, y ver cuánto dominaba ya el francés y cuánto alcanzaba a entender en alemán .
Finalmente, tras un año lejos de casa, volví a México. Me parece que 800 palabras, e incluso 1000, son demasiado pocas para describir un viaje tan importante, pero me marcó, y abrió para mí la puerta de los idiomas.
Mucha gente no fue mencionada, porque las palabras no me habrían alcanzado, pero son de igual importancia para mí, como todos los que me acompañaron. Cindy, Sebas, Yohann, Célia, puede que no nos hablemos diario, y que no lean esto, pero sepan que los quiero. Agradezco a mi familia y amigos por el apoyo que me dieron mientras estuve allá, así como los recuerdos que hice.
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