Si los viajes no son lo que eran, tampoco nosotros lo somos, porque cambiamos con cada uno de ellos. Nunca dejamos de viajar, ni metiendo los pies bajo la tierra como las raíces de un árbol pararíamos de movernos. Visto con la perspectiva de una nave espacial los habitantes de nuestro planeta azul no somos más que unos viajeros espaciales errantes, damos vueltas y vueltas alrededor del sol y sobre nosotros mismos. ¡Qué mareo, por Dios!
Quizás por eso hay personas más sensibles a las fuerzas de la naturaleza y la simple mención de la palabra viajar les provoca pánico. ¿Acaso no viajamos lo suficiente en este eterno vagar al que estamos condenados hasta el fin de nuestros días?
Las historias de mis viajes no son tan entretenidas como las de Julio Verne, tan literarias como las de Conrad, ni tan aventureras como las de Jack London, puedo decir que algo he viajado, aunque para los espíritus incansables nunca es suficiente.
Como la lectura es la forma más cómoda y barata de viajar, aquí os entrego mi pequeña contribución para este foro de «Historias del viaje».
Sucedió mientras navegábamos por el estrecho de Messina en dirección hacia las Islas Eolias en un ya lejano mes de octubre, bien entrada la noche la mayor parte del pasaje salimos a la cubierta del buque para contemplar las espectaculares fumarolas y erupciones de lava del volcán de la isla de Stromboli. A mi lado un miembro de la tripulación, Giusepppe, de nacionalidad italiana o mejor dicho siciliano, como le gustaba subrayar, comenzó a recitarnos estos versos que ahora transcribo, rebautizándolos en su recuerdo como:
«EL SICILIANO»
«Ola a ola
golpeaba el mar
contra la madera
del viejo casco.
El valeroso marinero
salió a faenar
con las brumas de la noche
cuando aún no amaneció.
Maldice su esquiva suerte
ante las arboladas aguas,
para espantar el miedo
masca tabaco, lo escupe
por la borda de estribor,
sin soltar el timón
lo amarra fuerte a un cabo
mientras canturrea algo:
«No hago más tratos con el diablo,
solo rezo a Santa Ágata de Catania,
en mi cantar le pido a Neptuno
que calme la mar y aleje la tempestad».
El barquito pesquero
después de navegar
regresó al puerto
con la bodega llena,
cargado de nuevas esperanzas
plateadas con escamas;
cuando en lo alto brillaba el sol
sobre la isla de Stromboli».
Buena proa y ¡Feliz viaje!
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