Recuerdos de un viaje cualquiera

Recuerdos de un viaje cualquiera

Mónica DP

01/08/2017

Abro los ojos, desorientada, sin saber muy bien dónde estoy. Aguanto unos segundos la respiración, para escuchar el sonido envolvente de tres susurros conciliadores. Bien, mis hermanas están en mi misma habitación, papá y mamá se escuchan de fondo viendo la tele. Aún no sé muy bien dónde estoy, ayer dejamos mi casa , mi cole, mis amigas… Papá dice que haré nuevas amigas, que tendremos una nueva casa, una nueva vida. No estoy muy convencida, esta vez no hemos durado mucho en la nueva ciudad. Yo no quería irme, y ni siquiera e podido despedirme de mis amigas, sólo pude verlas de paso por la ventanilla del coche, mientras ellas jugaban en nuestro columpio preferido, aquel en el que cuándo me caí me raspé las rodillas…

Siento un profundo deseo de echarme a llorar de nuevo, pero, ya no me quedan lágrimas. He llorado casi sin parar durante quinientos kilómetros, mi hermana mayor sólo sollozaba de vez en cuando. ¿Cómo puede ser tan insensible? Qué pronto se a olvidado de su ya antigua vida, y yo aquí sin poder volver a conciliar el sueño, suspiro. «Mañana será un nuevo día», me repito a mi misma, como un mantra interno, que parece ayudar a relajarme un poco. Estoy tumbada boca arriba en mi nueva cama, mirando el techo de mi habitación, bueno, nuestra habitación. Tengo que dormir en una litera con una de mis hermanas pequeñas, y mi hermana mayor en otra, con nuestra otra hermana. Tengo que compartir habitación, esto promete ser un desastre. El único que tiene una habitación para él solo, es mi hermano mediano. Que vida tan injusta, odio esta casa, odio este pueblo.

Ya me duelen los ojos, irritados y cansados, me pesan.

Una claridad abrumadora me despierta, ya es de día, el sol insistente entra por la ventana, sin persiana, de mi nueva habitación. Mi hermana mayor parece haberse levantado antes que yo, las mellizas aún duermen ajenas a la catástrofe que se presenta. Me embarga una sensación de enfado mezclado con pánico, nunca les voy a perdonar esto, estoy harta de cambiar de amigas, y de cole. Creo que soy la única niña en el mundo que tiene unos padres tan crueles, no me quieren, estoy súper segura de eso. Bueno, igualmente tengo que levantarme y desayunar. Me dejo caer al suelo, para bajar de la litera. Que asco de cama, si es que esto es una cama.

Mis padres están sentados en la mesa de la cocina, con un café en las manos. Se ven felices, si, disfrutando de mi desdicha. Me siento en uno de los taburetes que hay en un lado de la mesa, les miro y frunzo el ceño. Mi madre me pregunta qué tal e dormido. No tengo ganas de hablar con ellos, a si que le respondo levantando los hombros. Mi padre me a puesto delante un vaso de leche con cacao y un paquete de galletas, esas galletas acorchadas que tanto odio, y ese cacao que deja grumos en la leche. ¿Dónde están mis galletas de dibujos? Seguro que se las han comido ellos antes de que me levantase.

Tenemos que ir a visitar mi nuevo cole, mi hermano estará también , algo es algo. Mañana será nuestro primer día. El colegio es grande, pero viejo, nada que ver con el que tenía antes, si hay un terremoto se caerá a pedazos probablemente. Me han metido en mi clase , está llena de niños extraños, que me miran como si fuese extraterrestre. Yo me miro las manos avergonzada. Tienen una forma de hablar algo curiosa, no les entiendo muy bien. Al hablar no dicen todas la letras, no estoy segura de que este sea un buen colegio si no les han enseñado todo el abecedario. Salgo de la clase y mi hermano ya me está esperando en la puerta acompañado por mis padres , por lo visto su clase está al fondo del pasillo, eso me consuela. Por lo menos lo tendré a mi lado en el recreo y no estaré sola.

Llegó el día, un pánico me inunda, estoy a punto de vomitar. Mis padres me despiden con la mano desde las puertas. Mi profesora, Luna, me ha puesto la primera de la fila para entrar en clase con mis compañeros, todos ríen y susurran a mis espaldas. ¿Qué pasa, tengo algo en el pelo?

El día en la clase pasa muy lento, creo que el reloj de enfrente se está quedando sin pila. De repente suena una alarma que me deja petrificada por un instante, y todos los niños salen corriendo y saltando hacia el pasillo. Deduzco que tengo que seguirlos, llevan en las manos sus almuerzos,a si que supongo que esa alarma es la del recreo. Decido ir a buscar a mi hermano, que seguro estará en el último rincón del patio. Para mi sorpresa lo encuentro jugando al pilla pilla con tres o cuatro compañeros. Maldición, mi hermano me ha traicionado también, ahora estoy sola. Busco un lugar alejado de todos los niños y me siento en el suelo, dispuesta a comerme mi bocadillo de mortadela. Tres niñas me miran y se ríen, se están acercando. ¿Qué querrán? Al instante me pongo en tensión, esperando alguna burla. Pero para mi sorpresa las niñas me preguntan si quiero jugar con ellas, a algo que le llaman el «elástico». No se lo que es, pero asiento. Me siento algo más feliz. Quizá este no sea un lugar tan malo después de todo…

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