Mirando a través de aquella ventanilla había empezado su viaje. Uno que habría de romper todas sus seguridades. Uno que habría de adentrarla en el corazón de lo desconocido. Horas antes, había salido de Madrid. Con el corazón en un puño. Sin poder creerse aún lo que estaba apunto de empezar. Sin saber aún ni la razón de su aventura.
Tenía una vida estable. Un buen trabajo, unas buenas amistades…una bonita casa. Y lo había dejado todo. Algo, dentro de su interior llamaba a perderse en la inmensidad de aquellos sueños y pasiones que aparecen cuando el tedio nos hace una visita.
Pero el calor sofocante y un sol que no perdonaba a la tierra, la devolvieron al presente. Estaba entrando al Templo del Buda Esmeralda. El gentío y el ruido allí reunido no le hacían tener dudas. Estaba en Bangkok.
Aquel imponente edificio, de aquellos colores blancos y azules, y el dorado de su pan de oro que refulgían con sobrenatural intensidad en sus pagodas, hacían que se sintiera cegada. Como si fuera alguien que abría sus ojos por primera vez. Y que a la vez, pareciera, que toda aquella luz le hacía ver las cosas con claridad.
Dentro, todas aquellas imágenes de Buda, forradas de oro con las palmas de las manos apuntándola, la animaban. En ese instante se daba cuenta, que solo era una persona. Una que había empezado a plantearse que la primera verdadera naturaleza de las cosas quizás sea el misterio. Y que ella, no era más que una incógnita buscando a otra.
Tras recorrer varias salas y maravillarse por sus contenidos, llego al Buda acostado. Aquella imponente y gigante imagen de aquel hombre santo, con aquella cara serena con una media sonrisa. Al mirarla, sintió inmediatamente esa pregunta que todos nos hacemos siempre cuando estamos perdidos.
La contesto cerrando los ojos y perdiéndose en su mente.
Mirando las nubes siendo cortadas por el ala, estaba sentada en su asiento. Se sentía distinta. Algo había cambiado para siempre. Y saberlo, la hizo sonreír.
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