RESURRECCIÓN EN BARDAÏ

RESURRECCIÓN EN BARDAÏ

“Y allí experimenté el máximo placer que un humano puede alcanzar: beber una cerveza fría a las puertas del infierno y resucitar.”

Saharadef.jpg

Enigmáticos cánticos, ondulados por las brisas y la distancia me devolvieron parcialmente la consciencia. Mis ojos se abrieron pero, al principio, sólo ví oscuridad. Mi cuerpo levitaba mecido por una leve céfiro al son de las notas del  Al-adhan . Flotaba en el espacio descubriendo infinitos  astros que titilaban como vanidosos diamantes; algunos azulados, otros henchidos de fuego, abrazados a la Vía Láctea que se erigía con imposibles policromías en la bóveda celeste. ¿Era quizás la transición que se experimenta más allá de la vida? Así lo creí en mi confusa consciencia.  No podía comprender dónde me hallaba ni qué significaba aquello. Pero todo era paz y equilibrio. La galaxia me invitaba a una comunión espiritual desplegando su sideral belleza. Y por si tenía dudas de lo sobrenatural de aquella transición, súbitamente miles de efímeros meteoros surcaron el cielo en todas direcciones entregando su luz ancestral de fosforescencias sublimes. El fulgurante espinazo de la noche decidió sacudirse a millares de sus vasallos en un espectáculo sin par. Maravillado ante aquellas trayectorias caprichosas y sus arcanos reflejos, ví mis lágrimas destellar bajo el firmamento, repletas de innumerables luces que configuraban otros mundos. Percibí la compasión universal y me invadió la belleza eterna. Quizás estaba abandonando el planeta, pero entraba a formar parte del Cosmos, y esta sensación indescriptible estaba más allá de cualquier temor.

Camino_a_Bardaidef.jpg

Bardaï es un insignificante reducto en medio de las remotas arenas. Bardaï es nada y lo es todo. Es el único lugar en miles de kilómetros donde volver a la vida o abrazar la eternidad de la muerte. Todo depende del destino, del azar, y de los errores cometidos en el inacabable trayecto. Un olvidado oasis con unas decenas de casas de barro agazapadas bajo el frondoso palmeral y poco más. No hay ningún camino que conduzca a este inexplorado paraje. A Bardaï se llega siguiendo las estrellas, encomendándose a la fortuna y dejándose llevar por el laberinto de wadis salpicados de minas y tanques destrozados, que serpentean las ignotas estribaciones del Tibesti.

Los últimos ocho días no habíamos visto más que arena y paisajes marcianos. Ningún ser viviente excepto un camello liofilizado que podía estar allí desde hacía décadas o siglos, nunca se sabe.

Camellolw1.jpg

Todo ello, eso sí,  en un escenario prodigioso dónde la naturaleza reseca se retuerce y te abraza, a veces con una caricia mortal. Los últimos pozos del desierto estaban prácticamente secos. Su agua, densa y fangosa, torturaba los riñones y ya no aplacaba la visceral sed que atormentaba nuestras mentes. Bardaï era el punto obligado de paso, la última oportunidad de sobrevivir al desierto.

tibestidef.jpg

Al llegar al centro del poblado el aire se tornó irrespirable, impregnado de polvo por la muchedumbre que se arremolinaba a nuestro alrededor. Una densa tiniebla teñida de sangre por el lento atardecer lo invadía todo, enturbiando la percepción de nuestros atormentados sentidos. Las armas refulgieron levemente con perversos destellos de bronce. Kalashnikovs , espingardas de mecha  y antiguos sables de media luna, revoloteaban amenazantes sobre nuestras cabezas, como si tuvieran vida propia. Un escenario angustioso que la mente, con sus neuronas resecas por el simún, no alcanzaba a comprender. Capas multicolores, turbantes, guerreras atiborradas de proyectiles y cientos de enormes ojos flotando en la ocre penumbra, se amalgamaban en una extraña danza macabra.

CHAD92bn.jpg

En África no hay matices, lo bueno y lo malo nunca se mezclan, se alternan de forma dramática e imprevisible.  Entre el caos sonó un disparo y asumí que aquello podía ser el absurdo final, sin sentido, como acostumbran a suceder las cosas trascendentales de la vida. Tras el estampido, el más absoluto de los silencios; la antesala de la muerte, pensé. El proyectil me habrá atravesado de forma sutil, sin dolor, como suelen hacer los disparos certeros.

Pero ante mi sorpresa, seguía vivo. Y mientras intentaba comprender qué había sucedido,  la tenebrosa nube se abrió, mostrando a un ser casi sobrenatural que no encajaba en el entorno.

-¡Apartad de una puta vez!, gritó en francés blandiendo una 9 mm que aún humeaba. Era blanco, elegante y vestía un impecable uniforme militar gris azulado con galones de capitán de la Legión Francesa. Son las cosas de la deshidratación pensé…

 Se acercó rápidamente y me agarró con energía por el brazo; no cabía duda que aquél espectro, era real. Mientras me libraba del tumulto observé a cuatro soldados más, con los fusiles de asalto a punto y un camión militar.

– ¿Se puede saber de dónde diablos habéis salido? Rápido, al camión.

La muchedumbre se disolvió a la par que la nube de polvo, y la destartalada plazoleta quedó desierta en pocos instantes. En menos de cinco minutos entrábamos en la espartana  Maison Steven, un antiguo fuerte de barro, al estilo Lawrence de Arabia, que domina el valle desde una suave loma. Un paraíso con agua embotellada y cervezas frescas; ¡probablemente las únicas en dos mil kilómetros a la redonda! El lugar donde el capitán Boutault y sus diez hombres permanecían en constante alerta frente a grupos armados escindidos del ejército chadiano.

Mapa_compositdef.jpg

Un soldado abrió la nevera de par en par. La lata voló majestuosamente desde su mano con una parábola perfecta, mientras esparcía centenares de minúsculas gotas en su camino. Los segundos se hicieron eternos hasta que al fin logré tenerla en mi mano. Zip , la chapita de aluminio liberó el ansiado líquido que rezumó provocador por el orificio. No lo olvidaré jamás; nada, absolutamente nada en el mundo es equiparable a la sensación que experimenté en los primeros sorbos. Mientras el líquido me poseía con gozo, comprendí la relatividad de todo y reflexioné sobre el valor de lo esencial.

DSC_1828def.jpg

Aquella noche, extenuado pero eternamente agradecido, escogí el patio de armas para dormir bajo las estrellas. Iluminado por el mágico resplandor de las perseidas, desperté de la pesadilla y sobreviví al infierno gracias al capitán Boutault.

BARDAÏ,  CHAD  21°21′12″N17°0′1″E

Bardai_plazaladef.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus