Viajar es marcharse de casa,
es vestirse de loco
diciendo todo y nada en una postal.
Es dormir en otra cama,
sentir que el tiempo es corto,
viajar es regresar.
Gabriel García Márquez
Soy igual de intrépido que mi difunto padre, un hombre viajero, forastero del mundo, errante de todos los continentes.
Un amanecer en que el cielo era una gran llamarada rojiza, salí de mi casa, arriesgándome a profanar paisajes recónditos.
Transité muchas horas por caminos infinitos, por sendas de montañas escarpadas y agrestes, expuesto a feroces animales que gobiernan las riberas de los riscos y los altos montes, sobreviviendo a los traficantes y a los mercenarios que me observaban ocultos entre las malezas de los senderos.
Andar y andar. Tal vez viajar no sea tener un rumbo fijo.
Ando y desando, por varios días, por entre caminos y selvas.
Y a la vista el jolgorioso río entre las montañas, sus aguas lentas y monótonas; el matutino viento ahogando la visión de mis enrojecidos ojos de ensueño, el sol detenido y pequeño en el horizonte.
A poca distancia, divisé una cabaña derruida y abandonada, escondida en el epicentro del camino entre las montañas,
iluminada su rústica fachada por los rayos solares, sobre sus techos se depositaban gigantescas hojas y ramas. Las externas paredes eran de madera y sólo tenía hacia afuera una pequeña ventana suspendida en el aire.
Me acerqué con curiosidad, no recordaba haber visto nunca esa cabaña por estos lados.
Cuando me aproximé a las gradas rocosas, quise descansar observando el maravilloso paisaje.
La frágil puerta de madera estaba abierta.
Entré a la estancia y descubrí un arruinado pasillo que conducía a una amplia sala improvisada con tablas.
En una silla destartalada oraba sentado un anciano.
Al verme, no se desconcertó.
– ¡Te esperaba! –dijo el enigmático hombre.
– ¿Quién eres?
– Un mendicante.
– ¿Y por qué estás aquí solo?
– Te esperaba para que continuemos el viaje. Me ha enviado tu padre.
– Pero… Mi padre está muerto… ¿tú, quién eres?
– Soy tu guía… Afortunadamente has llegado a casa donde te puedes hospedar. No debes exponerte más a la mal sanidad de los caminos…Me ha enviado por ti tu padre.
– ¿Cómo es posible? ¡Mi padre está muerto!
Los escuálidos ojos del hombre de rostro amarillo se posaban en mi cara, brillantes como astros desvariados.
Entonces como no teníamos nada más de qué hablar, le di las gracias por el recibimiento y el tener consideración por mi suerte, aclarándole que no lo necesitaba y que tranquilamente podía seguir mi viaje solo.
Me dijo que podía quedarme dentro de la cabaña todo el tiempo que quisiera, que no era necesario que partiera solo, ya que se avecinaba la noche. Inmediatamente se oscureció el cielo. Y el anciano expresó vehemente que mañana temprano debíamos alistarnos para salir.
Me maravillé. Había anochecido de sopetón. Y afuera de la cabaña, ya no se veía el camino, y las montañas eran líneas borrosas y oscuras frente a mis ojos.
Supuse que mañana temprano, en compañía del formidable anciano, tendría que volver a la errancia por los caminos entre las montañas.
El afiebrado estado de viajar y conocer el mundo alimentaba mis fuerzas para proseguir..
Los filamentos de la luna penetraban por la fragmentada ventana de la cabaña, iluminando un poco el penumbroso ámbito de la sala entenebrada donde el hombre asomaba invadido por los poderosos ecos del tiempo.
El viento traía un fuerte perfume estiado, rompiendo aún más las alas de la ventana, resquebrajando el techo de la cabaña, desprendiendo las ramas de los árboles, depositando lluvias de hojarascas por los suelos del pasillo humedecido.
En los montes, fuertes avalanchas de pedregones sacudían la sofocante densidad de la noche invocada de repente.
El anciano abría y cerraba sus ojos impregnado de claras siluetas lluviosas.
A veces sentía que era de embrujo aquel lugar palpitante.
– ¿Llevas mucho tiempo esperándome?
– Lo suficiente.
Dijo desdibujando una mueca.
Me refregué los ojos, tratando de alejar mi somnolencia
– ¿Quién eres? ¿Eres un mago?
– Soy tu reflejo que te llevará de viaje por el mundo…
Me quedé atónito.
“¿De dónde diablos había emergido este ser? ¿Acaso de mi interior colapsado por el cansancio?” Pensaba.
A través del vacío gris refulgente de su mirada me fulminaba. Su rostro estaba descompuesto por el transcurso de los años en que me esperaba, sus cabellos pelambrados por el tiempo, sus manos y sus piernas temblaban sacudidas frágilmente por las brisas.
“¿Así me veré en algunos años?” Me pregunté para mis adentros. ¡Estaba frente a mi propia imagen envejecida!
¿Cómo me podría conducir este espectro por el mundo en su estado senil?
Argüí que estaba delirando, acaso por mi extenuación.
Pero el anciano ¡era tan real! Ahora se levantaba de la silla y se plantaba ante mí, oliente a hierbas silvestres. Me alargó su mano y yo toqué sus dedos furtivos, lleno de asombro y de espanto.
Retuve mis alientos, las palabras, sentía que mi corazón iba a estallar de soledumbre y de pánico. Traté de controlar mis emociones.
¡Cuánto tiempo en verdad perdido, transcurrido entre soliloquios!
– No entiendo, por qué estás así, tan abandonado… -Le dije, aún somnoliento.
– Es la espera de vivir errante por el mundo, ese es nuestro destino, el destino de todos los mortales -concluyó el enigmático anciano envuelto en un misterioso hálito.
– ¡No, no puede ser! -Me rehusé, atolondrado-. Entonces, ¿envejeceré y seré igual que tú dentro de algunos años?
– Por supuesto. Es la ley de la vida. Tú has tentado la suerte muchas veces, es justo que pagues tu osadía. Verás en mí lo que serás… en el futuro…
Permanecí mirando perdido hacia la inmensidad de las montañas.
Presto el anciano se aferró de mi mano y andamos juntos desde entonces por todos los continentes y países del mundo, como los amigos que no logran escapar de su presencia embrujante.
Luego desperté en la vera del camino, creí que había salido de viaje con algún extraño.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus