A mí siempre me gustó escribir. Resultaba una dedicación difícil por los escasos conocimientos que había adquirido en el corto periodo en que fui a la escuela. Y complicado disponer de tiempo con el trabajo que tuve siempre, la ganadería. Tengo 87 años aunque mi mente vuelve una y otra vez a los 8 o 9 cuando, tras hacer varias de las labores de casa, mis padres me enviaban al campo a cuidar que las vacas, no se saliesen de la finca. Era el mejor momento para leer cualquier folleto que hubiese ido a parar a casa y, por fin, para escribir. A veces cartas a tíos y primos que habían emigrado, a veces historias que iba imaginando y muchas veces inocentes rimas a un amor que soñaba tener algún día…
    Hoy ella me ha pedido que escriba sobre el trabajo, sin más. Lo que recuerdo del mío no es nada bueno, siempre atada, sin días libres ni vacaciones, siempre pendiente de un parto de una vaca, preocupada por alguna de sus enfermedades o por el tiempo! Recuerdo el nombre de los animales, de las fincas e incluso del cansancio con el que me acostaba cada día. Aún ahora, a mis 87, me levanto de la silla preocupada por si las vacas siguen en el prado; es entonces cuando ella se acerca a tranquilizarme, recordándome que ese es un pasado de muy atrás. Confío en ella porque parece conocer mi vida, sacando a relucir nombres de personas y lugares de los que yo no suelo darme cuenta para orientarme y, sin duda, llegará cuando haya terminado este texto, para decirme que no nombré esto o lo otro. Y sin duda habré olvidado tantas cosas que querré empezar una nueva redacción con todos los datos que ella reincorpore a mi memoria, para intentar recordar.
    Sería más sencillo, seguro, hablar de su trabajo; la observo muy a menudo, levantando a uno, poniendo a andar a otro, orientando a aquel o insistiendo al de más allá con algún ejercicio. Hace un rato, repasando todo eso, atendí a cómo narraba a alguien la historia de su vida mientras prácticamente sostenía a otra persona para que pudiese ponerse en pie y moviese las piernas. El primero escuchó atento y volvió a su sitio. Pero antes de haberse posado en la silla se volvió a incorporar y, yendo hacia ella, le preguntó qué había sido de sus hijos. Ella, paciente, como si de la primera vez se tratase, comenzó de nuevo con la historia de su vida. Me descubrió mirándola así que le dije lo que pensaba: » antes de dedicarme a eso tuyo prefiero comer ortigas”. Se echó a reír y me contestó: » a veces yo también lo preferiría, pero para él, es siempre la primera vez que lo pregunta, no puedo desesperar ni abandonar por tener que repetir.» «Entiendo»-le dije- también a mi habrás de recalcarme recuerdos que se me olvidan, pero lidiar con todos debe ser agotador». Entonces acomodó en su silla al señor al que intentaba mantener en pie, se acercó a mi y pasando el brazo por mis hombros me dijo: «a unos nos falta equilibrio, a otros fuerza, a otros movilidad y a muchos trozos de memoria» y siguió: «en eso se basa mi trabajo, en rellenar huecos»

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