El trabajo os hará libres (Arbeit macht frei)*

El trabajo os hará libres (Arbeit macht frei)*

Hace meses que no trabajo. Me largaron de la última empresa en la que estuve. Lo que más echo de menos de aquellos tiempos de oficina era, sin duda, disimular que trabajaba. Me explico: jugar al Candy Crush, en vez de revisar informes; hablar por WhatsApp, en lugar de rellenar tablas de Excel; poner la mano sobre la frente haciendo creer que leía concentrado un informe, mientras echaba una siestecita; pasarme del tiempo del desayuno para hacer recados personales; llevarme a casa bolis, clips, carpetas, folios y post-it, que luego no utilizaba, pero daba igual, el caso es acumular. Les dije que me largaron del trabajo, ¿verdad?

Sobre todo añoro a mis antiguos compañeros y, por supuesto, a mis (nunca lo suficientemente loados) jefes y jefas. Todos ellos tenían un mote cariñoso: el Orejas, la Pija de los Cojones, el Freaky, la Poligonera, el Gárgamel, Martínez el Facha, el Mofetas, el Tirillas, la Pezones. No sé quién dijo que el trabajo no dejaba de ser una extensión del colegio. Creo que exageraba.

Otra de las cosas que echo en falta son las reuniones. Aaah, las reuniones, uno de los inventos más productivos de la historia de la Humanidad. Me encantaba porque las nuestras tenían unos puntos a tratar que nuestra amada jefa los enviaba previamente por correo electrónico. Al llegar al segundo de ellos (a veces ya en el primero), la conversación se desviaba un poco: 

 Oye, ¿por qué la de contabilidad que tiene mejor horario?

– Porque se la come a Saurón (el jefazo).

– Y el cabrón de Logística que tiene mejor mesa que yo.

– Es sobrino del subdirector…

– Pues anda que el gilipollas de la cuarta planta, ése que se da unos aires que parece que va a heredar la empresa, resulta  que se pone horas de más, por lo que me han dicho…

Digamos que la reunión se convertía en una especie de Sálvame, pero sin bótox, imposible con nuestros ochocientos euros al mes. Con el devenir de la reunión, la cosa iba derivando hacia otros asuntos más espinosos:

– Pues el novio de la Pija de los Cojones la maltrata, me lo ha contado su compañera de despacho…

– ¿Sabéis que el Orejas y La Pezones están liados? ¡Quién lo iba a decir con esos alerones!

– Lo que cada día huele peor es la oficina y creo que es por  el chico ese…

– El Mofetas…

– ¡Ése!, es que es algo insoportable, habría que decírselo a alguien, yo la verdad no aguanto más.

Y a lo tonto a lo tonto, pues hacías la mañana, sin dejar puntada sin hilo. Obviamente, los puntos a tratar, pues ni siquiera se habían pasado de puntillas por ellos, así que se quedaban para después de comer. Pero después de comer, la jefa siempre se marchaba corriendo con alguna excusa. Una que resultó mítica fue por las paperas de su hijo. Vaya por dios, Luisito, el pobre va a parecer Brando en “Apocalipse Now”. Por tanto, el resto de puntos (que eran muy urgentes) no tratados se posponían para la siguiente reunión, paperas mediantes.

Como ven, se respiraba un gran ambiente, y en este caso no por culpa del Mofetas, sino por las diferencias salariales que nuestra amada empresa multinacional que cotiza en el Ibex 35, con beneficios millonarios para sus directivos, tenía a bien poner. La consecuencia era que la gente estuviera siempre dividida, por eso de la comparación.  

Luego estaba lo de la transparencia con la que te enterabas de los asuntos de vital importancia, era un fluir de información:

– ¿Te has enterado de que nos quitan las visitas médicas?

– No jodas, pues yo he oído que reducen el tiempo del desayuno.

– Has oído mal, lo que nos quitan son las comidas.

– A mí me han llegado rumores de que, además de quitar las vacaciones, vamos a pagar por trabajar.

Gracias a esta información contrastada, conseguir la unidad ante la adversidad, resultaba harto complejo. Como decía, muchos de nosotros apenas llegábamos a los ochocientos euros al mes, por eso de que “si no quieres el trabajo, puedo conseguir a mil como tú dando una patada a una piedra”. En base a ello, planeábamos el plan de ataque de manera conjunta:

– ¿Y si mandamos un escrito a la empresa, eso sí muy educado, pero siendo tajante y poniendo los puntos sobre las íes?

– Déjate de buenas maneras, que ya está bien, que juegan con el pan de nuestros hijos…

– Pero si tú estás soltero y vives con tu madre.

– Bueno, bueno, con el pan de tus hijos, quería decir…

– Que no, que no, que solicitamos una reunión y todo a la cara, se van a enterar esos cabrones de lo que vale un peine.

– Oyes, que si os vais a poner violentos, conmigo no contéis, que tengo una hipoteca que pagar, además tampoco es para tanto: sólo nos van a quitar las bajas, los descansos, las comidas y las vacaciones, que os quejáis por ná.

– ¡Pero si contigo no se puede contar nunca!

– Oyes, guapo, a mí no me hables en ese tono.

– ¡Te hablo como me sale de los cojones, esquizofrénica!

– ¡Eres un grosero y que sepas que todos estamos hartos de ti y de tus formas!

– Sí, claro, habló la portavoz del pueblo, puta enajenada.

– ¡Sinvergüenza!

– ¡Bueno, haya paz, volviendo al escrito…!

– Déjate tú y tus escritos, idiota.

– Oyes, a mí no me insultes que yo a ti no te he faltado al respeto.

– ¡Anda y que te follen, gilipollas!

– ¡Te voy a partir la cara, cabrón!

Añoro el trabajo en la oficina, ya se lo he dicho a ustedes un poco más arriba, pero ojalá tenga desempleo durante un decenio, o nos invadan los marcianos.

*Frase que se encontraba en la entrada del campo de concentración de Auschwitz.

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