Desde una puerta de cristal

Desde una puerta de cristal

Javier Soler

09/06/2016

                            I

–Buenos días, B–––– y B––––. ¿En qué le puedo ayudar?

No hace falta oír la respuesta. Irma, sinuosa recepcionista, ya puede presagiarla.

Abstraída, dice que sí, que no, que el Lcdo. está ocupado, pero puede pasarle un mensaje. 

Lo apunta como por clarividencia: dejando el auricular caer sobre el lóbulo, mirando el vaivén frente al ascensor en lugar del papel.

–¿Cómo no? Que tenga buen día. 

La frase sale de sus labios, pero la voz no es suya; remeda a la de alguna recepcionista anónima, y se vuelve un eco lejano en cuanto Irma mira la palma areca al lado de su escritorio, imaginandose en otra parte. 

–Adiós. 

Al colgar el teléfono, recuesta el cachete sobre el puño, los ojos sobre la esquina cercana del escritorio. Su melancolía maquillada se exuda por la puerta de cristal de la oficina, y un transeúnte se detiene a admirarla.

                             II

Irma no reacciona; se queda mirando a la nada. 

El transeúnte solo le ve un ojo, redondo y marrón. El otro queda tamizado por el pelaje voluminoso, de un rojo technicolor, como el de la Sirenita. Los labios dibujan una expresión levemente penosa, subrayada por una melodía radial apenas perceptible tras la puerta. Al transeúnte le basta oír unas pocas notas amortiguadas para reconocerla: Forever Young, un éxito durante su juventud. Con esto se colma la escena, tierna y sin sentido. El transeúnte se embelesa ante sus misterios: los ojos vacuos de Irma, que no develan nada en particular y que podrían decir lo que sea, como una pantalla apagada. La cual se enciende, y lo muestra a él junto a Irma, con la camisa desabotonada, en un convertible rojo que acelera por una avenida vacía y puntuada por el atardecer. Con el shampoo de Irma arropando la brisa, el convertible desaparece en el horizonte anaranjado, donde los aguardan promesas de un futuro glamuroso. Y con esto se apaga la pantalla. El transeúnte permanece ante la puerta. Se halla fijado en los labios de Irma. Mistificado, se pregunta de dónde surge su tristeza. 

                        III

Irma,

Necesito que te quedes tarde hoy para recibir una llamada urgente entre 5:30 y 7.

Gracias,

Lcdo. B–––– =)

Sin saberse observada, Irma lee la nota. En los recovecos más abstractos de su mente, reconoce que debería provocarle rabia, pero se encuentra muy cansada como para sentir tal cosa. Solo experimenta una pesadumbre en los ojos que parece restregarle el rimel por los párpados. 

Suena entonces el teléfono. Irma apaga la radio –maldiciendo la viejera infernal que emite– y atiende la llamada.

–Buenos días, B–––– y B––––. ¿En qué le puedo ayudar? 

Sacándose una uña de la boca, apoya el auricular sobre el hombro e irriga una rafaga de teclados sin mirar las teclas, pero la elegante botella de agua en la esquina lejana de su escritorio. Una gráfica de nubes y pencas ondea en el agua tibia y del grifo.

–La reunión es el miércoles a las 9. 

Irma trata de imaginarse lo que podría haber más allá de los márgenes del diseño: escenas hoteleras en blanco y negro, paisajes de los que sólo salen en fotos digitales, un mundo que transcurre en cámara lenta. En realidad no importa siempre y cuando salga ella, Irma, en la pantalla, ante miles de espectadores anónimos y deslumbrados.

–¿Cómo no? Que tenga buen día. 

El ejercicio, sin embargo, acaba produciendole un leve dolor de cabeza. 

Para molificarlo, Irma se masajea los párpados de tal manera que forma dibujos de estrellas dentro de ellos, y se queda dormida.

                          IV

Al notar esto, el transeúnte cruza la puerta de cristal hacia el área de recepción. 

Se para frente al escritorio de Irma, y le da dos golpecitos. 

Irma abre los ojos y halla los pliegues de una camisa de manga ondeando tras el agua de la botella.

–¿Quieres un café, Irma? –El transeúnte se entusiasma.

–No gracias, Lcdo. –La pregunta le parece más bien sardónica.

–Bueno, nos veremos más tarde. 

El Lcdo. se dirige hacia el pasillo al lado de la pared donde su apellido reluce en letras de acero, e Irma se vuelve hacia la pantalla de su computadora. 

 

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