UN BUEN TRABAJO
1
Estaba a punto de cumplir los dos meses de prueba. Ya palpaba el objetivo de lograr un puesto laboral digno tras tanto esfuerzo.
Recordaba la reunión con la empresa y las pautas que le habían indicado el día antes de comenzar. Durante el periodo de prueba no debía molestar a la gerencia bajo ningún concepto. Los problemas los resolvería por su cuenta. Le entregaron el manojo de llaves numerado, el listado de las mismas, un libro de instrucciones que contenía las labores a ejecutar, una serie de claves bancarias para realizar ingresos y unos teléfonos de contacto y de urgencias. Hacer uso de los subrayados en rojo significaría su despido, mientras los marcados en azul permitían una única llamada. El uniforme de trabajo era de color gris. Recibió dos juegos y un chaleco, que era el distintivo de la empresa y que debía colocar en una caja situada a la entrada de la portería los miércoles y los viernes, al terminar su jornada. Al día siguiente lo recogería en perfecto estado. La empresa cuidaba la imagen al máximo.
Las condiciones del trabajo valían el esfuerzo: un sueldo aceptable para la situación laboral existente; unas tareas llevaderas; un horario de mañanas envidiable, además de sábados y domingos libres; y la estrella del contrato, una vivienda reformada para entrar a vivir una vez superada la prueba. Era el contrato de su vida.
2
Los tres primeros días fueron como la seda. Custodiaba y atendía a los vecinos de la finca, mantenía el nivel adecuado de limpieza fregando a diario las escaleras y el patio, repartía la correspondencia. Estaba contento con su labor y terminaba la jornada laboral sin incidencias.
El trato con los vecinos era el normal; algunos saludaban o se presentaban, y otros no le dirigían la palabra. «De todo hay en la viña del señor», pensó, y más en una comunidad de más de sesenta vecinos.
El cuarto día, una anciana comenzó a saltarse la norma. La mujer, de más de ochenta años, aburrida de su soledad, intentaba siempre mantener una breve conversación y lo invitaba a una reconfortante taza de leche y dos piezas de bollería casera. Era imposible decir que no y evitar ayudarla en alguna tarea que le era complicado realizar dada su escasa fortaleza. De paso, la señora le contaba alguna de sus penas.
Era lunes, y todo iba a cambiar. De camino al último piso, para comenzar la limpieza diaria de la escalera, se detuvo en la cuarta planta. La pared estaba dibujada de forma abstracta con rastros de sangre que tuvo que limpiar. Al día siguiente, esputos asquerosos estucaban las paredes del tercero. Fue una semana de intenso trabajo y decidió acudir por las tardes; si debía luchar contra esos elementos extraños, lo haría.
La anciana, en sus charlas diarias, le comunicó que más de un indeseable moraba en el edificio.
A la semana siguiente, uno de los vecinos, que no le había saludado hasta aquel momento, cambió su comportamiento. Mientras intentaba adecentar la pared del quinto piso, afectada por una de aquellas pinturas orgánicas, el inquilino abrió la puerta.
—Buenos días, Marcos — le saludó— Me llamó TJ. Hasta ahora no me había presentado, pero leí el nombre de tu placa el primer día. Lo observo todo.
Marcos, que tenía una estatura media, se giró para saludar, sin dejar de frotar la pared. El tal TJ era un hombre de casi sesenta años, con una altura de casi dos metros y facciones duras. Su potente voz escupía literalmente las palabras. Marcos pensó que con la saliva que desprendía al hablar podría llenar un cubo al día.
—Sabes, Marcos, te puedo ayudar. Sé quien ensucia las paredes y me puedo encargar de ellos. Tengo sus fotos dentro de la vivienda. Entra y te las muestro.
—Perdone, pero no creo que deba entrar. No necesito ayuda, aunque gracias de todas formas—contestó Marcos, en un intento de zafarse de un individuo tan extraño.
—Tú sabrás—le respondió, apartando el faldón de su camisa para mostrarle un arma que portaba en el cinto—.O estás conmigo o contra mí. —Y dando un portazo desapareció.
El resto del mes y las semanas siguientes, su trabajo se convirtió en un infierno. Las amenazas constantes de TJ le parecían un juego de niños comparadas con las circunstancias diarias. Bolsas de basura esparcidas, pisos vacíos que debía limpiar de ratas, cucarachas y despojos varios, situaciones descabelladas entre los vecinos, escupitajos, chicles taponando la cerradura del patio, mierdas de perro y meadas por suelos y paredes. La comunidad era una autentica locura.
Comenzó a desconfiar y a buscar cámaras ocultas que no encontraba. Sospechaba de los dos carteros, que parecían alternarse, y de los repartidores de publicidad que se colaban sin permiso. Las amenazas se multiplicaban. Estaba demacrado, cansado, tenía alucinaciones y mareos constantes, pero debía seguir. Sabía que se enfrentaba a un juego infernal.
3
Sentados en su despacho, los dos socios de la empresa repasaban las grabaciones provenientes del la reluciente chapa del chaleco de Marcos:
—Cada candidato reserva se va superando. Llevamos dos años esperando que alguno rebase los dos meses de prueba.
—La inteligencia maquiavélica del individuo supera todas las expectativas.
—La jugada de este Marcos con el secuestro del anterior candidato por parte de los falsos yihadistas; fue magistral.
—Sí, pero el nuevo se ha superado. Utilizar a la anciana y el veneno diario de la leche, ha sido tremendo.
—No cantes victoria, Marcos es duro. Falta un día para los dos meses, aunque ya no puede realizar llamadas.
Sentado en el suelo de su ansiado y desangelado piso, apoyada la espalda en la pared, sin fuerzas para andar, sudando y con escalofríos, esperaba las últimas horas para cumplir con el contrato de prueba.
Teléfono en mano, contaría los minutos y los segundos para realizar la llamada a urgencias. « ¡Ojalá la ambulancia no encuentre tráfico! ».
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