Mis noches con Darth Vader y la Fuerza Oscura

Mis noches con Darth Vader y la Fuerza Oscura

alejandro levacov

02/06/2016

Maputo, capital de Mozambique. Calor, suciedad, malaria. También: colores, tejidos, música. Ahí andaba yo hace unos años por circunstancias que no vale la pena referir aquí. Me dedicaba a deambular por la ciudad, tomaba rumbos caprichosos, guiado por la sensación del azar. Así estuve hasta que empecé a quedarme sin dinero, entonces me decidí a trabajar. Contigua a la casa donde vivía, se erigía una construcción modernista. Muchas noches, desde mi cama, oía sonidos mecánicos provenientes de allí. Alguien me comentó, que entre otras cosas, funcionaba en ese lugar una agencia de publicidad. Dado que las comodidades de trabajar al lado eran inmejorables, me presenté cierto día con mi portfolio y pedí hablar con el jefe. Así conocí a Darth Vader: no es que me recibiera un Caballero Negro enfundado en armadura. No, el Jefe era un tipo bastante mundano, de rasgos vulgares y aire ligeramente estúpido. Blanco, como todos los jefes que había conocido en Mozambique. Miró mi portfolio con indisimulado desinterés y me llamó a los días para empezar a trabajar. De entrada noté que un aura siniestra estaba instalada en esa casa: caras esquivas, gestos difusos, miedo. Siendo el único blanco que trabajaba en el lugar, romper el hielo llevó algún tiempo, pero en cuanto sucedió pude enterarme de algunas cosas. Los empleados juraban que había micrófonos ocultos por todo el predio y que sus conversaciones eran monitoreadas. Daban ejemplos irrefutables, secretos que habían llegado al Gran Jefe de forma inexplicable, o sólo explicable mediante estos intrincados mecanismos. A mí, en el contexto Mozambicano, estos argumentos me parecían más propios del universo de la ciencia ficción pero la conspiración empezó a pegarse a mi piel, como un parásito indeseado. Se decía también que en los sótanos había máquinas que nunca paraban y cuya finalidad apuntaba a negocios completamente ajenos a la publicidad. Algo de eso me resonaba con la contundencia de la verdad: yo mismo, como testigo privilegiado, seguía oyendo por las noches el suave murmullo de las máquinas subterráneas. Así fueron pasando los días, el trabajo era fácil y no demandaba esfuerzo. Más compleja era la gestión humana. Como blanco, gozaba de un estatus superior al resto y a la hora del almuerzo debía sentarme en la mesa de los gerentes. Nada de esto era evidente, el espacio estaba cercado por una invisible red de acuerdos tácitos. Mi doble condición de asalariado y mascota gerencial, me ubicaba en un lugar incómodo y poco definido. Aun así, era objeto de las más bizarras confidencias, una especie de tapón entre ambos bandos. Los empleados denunciaban escuchas, amenazas infames, maltrato. El jefe sugería que me mantuviese alejado de los negros, gentuza envidiosa que no dudaría en denunciarme a Migraciones a la menor oportunidad. Comencé a quedarme hasta tarde, fue un proceso gradual e inconsciente, como cuando un insecto entra en los dominios arácnidos. Muchos días el Jefe no aparecía hasta el mediodía y su nivel de exigencia aumentaba con las horas. Puesto que yo no debía cumplir un horario, naturalmente comencé a llegar y salir cada vez más tarde. Fue en esas horas de la noche, cuando la agencia se vaciaba de vida y poblaba de sombras que empecé a conocer a Darth Vader y sentir la influencia de su fuerza negativa. La primera vez que ocurrió estaba en mi oficina, peleándome con un aviso. Sonó el intercomunicador y su timbre me hizo dar un brinco en el asiento. Me pedía que fuera a su despacho. Me preparé para hacerle el resumen del día pero al llegar lo encontré en penumbras, su cara oval iluminada por la luz azulada del monitor. Sus ojos estaban enrojecidos y las sombras proyectaban en la pared una figura Draculezca. Con un gesto difuso me indicó que me acercara. Vi imágenes en movimiento, un grupo de personas rodeando una silueta, sentada en el centro del cuadro. Parecía un ritual de adoración, pero en un momento determinado, como obedeciendo a un pitido inaudible, se abalanzaron sobre la figura, golpeándola con saña hasta derrumbarla. Luego, en el suelo, siguieron castigándola hasta que dejó de moverse. El jefe me miró por primera vez, su rostro tenía una expresión que me provocó una puntada de repulsión. «No es simulación, esto es la Deep Web» dijo y pasó a otro video, donde un tipo se pegaba un tiro frente a cámara. No se cuanto duró aquello, yo estaba petrificado, incapaz de moverme, atrapado en su telaraña maligna. Sólo sé que en alguna pausa, entre el pasaje de un video a otro, murmuré una excusa sorda y salí de su oficina. Ni siquiera apagué el ordenador, seguí caminando hasta salir del edificio y esa noche tuve pesadillas, arrullado por el infernal repiqueteo de las maquinarias. La escena volvió a repetirse algunas noches más tarde. Ante mí desfilaban escenas Dantescas: el catálogo completo de la miseria humana. Otra vez, me veía a mi mismo inmóvil, atrapado por la fuerza oscura que desprendía su ser. Por entonces se me hizo evidente que todo lo que se decía de él debía ser cierto, era la maldad personificada, el caballero oscuro de los trópicos, el rey de la Malaria. Debía huir de allí. La última vez es paradójicamente la más difusa. Sé que sonó el intercomunicador: la llamada de la fuerza. Me arrastré hasta su oficina como un zombi en busca de su ración de cerebro, llevaba un tazón de café a medio tomar y enseguida me vi rodeado de imágenes de tortura y degradación. Sé que me detuve obediente detrás de él y en un gesto mecánico, ajeno a la voluntad, arrojé el contenido de mi taza sobre su ordenador. Recuerdo un chispazo, intenso como un relámpago y olor a quemado mientras me alejaba, como un autómata, hacia la puerta de salida. Sólo cuando pude respirar el cálido aire nocturno supe que había conseguido vencer a la fuerza oscura. Me alejé de allí sin mirar atrás.

FIN

Maputo1.jpg

AV. VLADIMIR LENINE, MAPUTO

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus