Mi padre, mi tío José Mari, mi tío Ezequiel, Tadeo el latero, Pascual el de las cervezas, no puedo recordar los nombres de todos pero si recuerdo las veces que les oí ensayar hasta la saciedad aquel Mambo de Pérez Prado . A mi hermana Marijose y a mí se nos iban los pies, bailábamos en una esquina de la bodega como habíamos visto hacer a Carmen Miranda , incluso con dos plátanos atados con una cuerda en la cabeza.
«No, no, se te va una octava arriba, repetimos chaveas, repetimos»…mi padre tenía el bar de la plaza del pueblo y era el director de la Orquesta Piña Colada. No sabía solfeo pero tenía un oído y un sentido de la melodía y el ritmo innato. La abuela Remey que era catalana decía «aqueste nen sembra mulato»….aunque fuerámos de Barbate. Ya se sabe que los gaditanos llevamos la música y la armonía en la sangre. Muy dificil, casi imposible que un gaditano desafine si se pone. Otra cosa es que no se ponga porque no le dé la gana y se dedique a buscar coquillas en la arena de nuestras bellísimas playas.
En Agosto, el bar cerraba quince días. La Orquesta salía de gira por las verbenas de los pueblos más o menos cercanos, creo que llegaron hasta Daimiel y también una vez tocaron en el pueblo de mi abuela, en Cornellá con un éxito tremendo porque , aparte del Mambo de Pérez Prado, tocaban como nadie el cha cha chá, el merengue y el pasodoble y los emigrantes andaluces unidos a muchos catalanes salerosos disfrutaban con su arte. Incluso salieron en un suelto de LA VANGUARDIA..como los emuladores de Xabier Cugat. Muchas horas de carreteras polvorientas, de dormir en la camioneta, coger alguna pensión y repartirse en pocas habitaciones durmiendo de cuatro en cuatro. Proteger con tela de algodón las chaquetas de smoking blancas que había que devolver en Septiembre a un mayorista de uniformes de hoteles amigo de mi familia. Mal dormir, mal comer, dolor de espalda, alternarse al volante, cansancio pero ilusión a raudales…
Un botijo de agua fresca y una bota de vino blanco gaditano fresquita les aliviaba el camino más los embutidos que mi madre y mi abuela habían puesto en una fiambrera. Un enorme pan de hogaza. A veces paraban y se permitían un café caliente o unos botellines de cerveza fría para celebrar una buena recaudación como en Benalúa de Guadix en Granada donde les hicieron numerosos bises e incluso tuvieron que tocar «Soldadito Español». Mi hermana , mi madre, la abuela y yo esperábamos al fresco de noche a ver si ya llegaba la camioneta hacía el día 15, para la Virgen de Agosto. Las mujeres sentadas en sillas de enea tomaban el fresco de la noche de verano charlando viendo pasar los poquísimos coches o motocicletas que se dejaban ver. De repente unos bocinazos , unos guiños con los faros…
«Ahí están»…Mi madre, agil y delgada en sus treinta y pocos, corría como una muchacha a abrazar a mi padre y se besaban en la boca. Marijose me daba codazos picarones. Padre olía a sudor, a gasolina, a tabaco y nos levantaba en volandas. El tío Jose Mari siempre me encontraba «hecha una mujer» aunque sólo hubiera dejado de verme quince días.
Y luego lo mejor, volver a la bodega entre botellines vacíos de cervezas, refrescos, gaseosas y escuchar ese Mambo tan bien tocado y que sonaba a gloria.
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