De buena familia

Apenas empezaba a clarear el día y su esposa bañada, peinada y perfumada, ya había dejado sobre el perchero el traje gris con la corbata de seda que había elegido para que su esposo impresionara a los empresarios que visitarían la fábrica. Ya había alistado a los niños  para el colegio y veía que todo estuviera dispuesto en la mesa: el mantel de encaje, los cubiertos de plata que resplandecían con la luz de los cristalitos que colgaban de la lámpara y al centro un ramo de flores recién cortadas del jardín.

      –¡El desayuno está listo! Anunció Mary con un tono cantadito y cordial.  

      Bety, la mayor de sus tres hijos, fue la última en llegar al comedor como de costumbre; los demás  la esperaron con impaciencia para empezar a desayunar.  Mary dirigió la oración y con una sonrisa indicó a los niños que podían comenzar. Durante el desayuno no se  habló de otra cosa que el éxito que le esperaba a don Jaime en su trabajo.

      –Sabes  Mary, de esta junta resultarán diversos  beneficios ¡imagínate! nos visitan tres de los empresarios internacionales que mueven más dinero en este  rubro.  Nuestra producción tendrá que incrementarse, esto permitirá que los trabajadores de medio tiempo puedan obtener la plaza completa, y quizá hasta podremos tener dos vacantes en la sección del horno, mi salario se incrementará y para festejar –dijo acariciando la mano a su esposa– haremos ese viaje a Europa que tanto anhelas. Tengo la seguridad de que las cosas van a salir  como yo he pensado, la calidad de nuestros productos ha adquirido el reconocimiento internacional. No es por jactancia, pero  he logrado levantar la producción de esta fábrica, no en vano los 8 años que llevo dedicados a esta empresa. 

      –¿ocho años? –Interrumpió Jaimito– entonces trabajas ahí desde que yo nací. 

      –Así es hijo –respondió con un gesto de orgullo– precisamente tenías apenas tres meses cuando me llamaron para que aceptara el reto de levantar una empresa que se venía a pique  por las corruptelas y la mala administración de la gerencia anterior. ¿Te acuerdas Mary? Recién  egresado de la Universidad, con tan sólo un año de experiencia laboral y ya en el ámbito empresarial empezaba a ser reconocida mi capacidad para dirigir.

       –¿para digerir? Preguntó Bety, con una sonrisita pícara. –esta vez no contestó nada, su severa mirada hizo recordar  a la niña que no tenía que interrumpir la plática de los mayores y mucho menos queriéndose hacer  la chistosita. La niña bajó la mirada, y fingió seguir  comiendo para evitar que la reprenda llegara al castigo.

      Mary pidió a los niños que dieran gracias a Dios por los alimentos que son sagrados y que se ganan con la honradez y el buen desempeño en el trabajo y en los estudios. Los niños juntaron sus manitas, cerraron los ojos y dijeron a coro “gracias Diosito”.

      Don  Jaime interrumpió –Bueno, ahora apúrense a lavarse los dientes para que salgamos con tiempo, ya saben que la impuntualidad no es amiga del éxito. 

      Mary tocó la campanita para que Juanita empezara a recoger la mesa, se levantó y abrazó por la espalda a su esposo que tomaba el último sorbo de café. 

      Faltaban todavía dos horas para que empezara la reunión,  don  Jaime caminaba con nerviosismo, entraba y salía de la sala de juntas, nada podía fallar, daba  órdenes a los empleados, ojeaba la minuta, checaba su discurso sobre el atril, probaba el micrófono.

          Vio la hora  y se felicitó por la anticipación con que tenía todo preparado. Se paró en la puerta y observó con beneplácito que todo estaba listo, se quedó pensativo observando el logotipo que sobresalía de la pared, y leyó con orgullo el lema de la empresa “Cartuchos de Morelos, una empresa que cree en la eficiencia”.

         La sala estaba llena, se colocó tras el atril, se acomodó la solapa y con voz decidida y su mirada un tanto altiva inició su discurso de bienvenida. Su secretaria entró con gesto de zozobra, esperó que acabara su discurso, los invitados aplaudieron, ella se acercó a don Jaime y le susurró algo al oído. 

        Sé quedó inmóvil, con los ojos abiertos sin mirar. Atrapado en ese breve instante donde todo pierde sentido. Se levantó agarrándose de la silla para no perder el equilibrio, sin decir palabra, ni mirar a los invitados salió, subió a su auto y no supo como manejó hasta el hospital. 

        Cuando llegó, Mary ya estaba ahí, lloraba desconsolada, abrazó a su marido y dijo entre sollozos –dicen que fue un accidente, un juego de niños.

        El doctor Salió, se acercó a don   Jaime y le mostró la  bala que había extraído  del hombro de su hijo. El padre, con los ojos nublados por el llanto, la tomó y apretó el puño como queriendo desaparecerla. Al abrir la mano alcanzó a distinguir grabado en el metal, el logotipo que hace unas horas  veía con orgullo en la sala de juntas donde todo lucía perfecto.

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