(Nota aclaratoria: este relato está inspirado en el de Elisa Elena Vázquez Martínez,  El secreto, también participante en este concurso literario. Así que, antes de leer el mío, os invito a volver a leer el suyo).

   No acababa de creerse que se lo hubiera dicho, así, por las buenas, pero era cierto, ahora tenía a Alicia justo donde la quería y no dudó ni un minuto más en acercarse a ella para hacer lo que tanto tiempo había deseado. Siempre le gustaba dominar la situación y jugar con cartas marcadas.
    Ella, una vez superado el primer golpe, había recuperado su sonrisa de ninfa y estaba en ese estado en el que se encuentra el trigo antes de que lo sieguen, dejándose cimbrear por el viento, esperando, divertida.
    La cogió por la cintura, como había imaginado tantas veces cuando a hurtadillas la observaba al pasar camino de la fotocopiadora y fantaseaba con la idea de colarse entre sus piernas, para abrirlas con la delicadeza del agua al separar los dedos de las manos.
    Se acercó, tan despacio, que el corazón dejó de latir, también el de ella. Pero no… estaba equivocado, solo fue una falsa percepción. Su cuerpo comenzó a latir, a pulsar, su sangre golpeaba la piel, incapaz de sujetar el deseo abriéndose paso, también el de ella.
    Y  entonces, cuando ya no había aire que los separara, dejó salir al sádico animal en celo que llevaba dentro.
   Salva pensó: “De hoy no pasa, de esta tarde no pasa”. Y miró el caro reloj de oro asomando por debajo de su chaqueta azul, estilo Príncipe de Gales, dos botones, y calculó que solo quedaba una hora para que todos se fueran, todos… menos Alicia.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus