Cuando vi Las Brujas de Zugarramurdi comprendí mucho a mi jefe. En la peli, el personaje que interpreta Macarena Gómez y el de Hugo Silva se casaron y montaron una tienda de cartuchos de tinta. Sí, una de esas tiendas pequeñas de cartuchos de tinta para impresoras, que se dedica a vender cartuchos y tóneres para impresoras originales y compatibles y otros accesorios informáticos.
Mi jefe, como cualquier cistipo español nacido en plena Transición Española, se había envuelto en lo que mi querido filosofo Paul B. Preciado (desde aquí le mando un saludo si algún día me lee) llama «sistema farmacopornográfico», había sido una víctima más de las estructuras monoheteronormativas sobre las cuales esta cimentado el mundo.
Mi jefe había nacido en Salamanca (desde que llegué a Madrid mi vida se fue llenando de Castellanx-Leonesxs sin quererlo: salmantinxs, vallisoletanxs, burgalesxs (hasta el propio Paul B.), esa comunidad que poco tiene que ver con nosotrxs lxs andalucxs en cuestión de clima, paisaje, carácter y acento, o eso dicen) y le tocó vivir lo que fueron «Los 80» en España, las ansias de libertad mezcladas con la dictadura enmarcadas en el sistema farmacopornográfico monoheteronormativo que te lleva hasta casarte por amor (no ya por obligación, éramos más libres) y a realizar el sueño del español medio emprendedor votante del Partido Popular que monta una pequeña empresa con la esperanza de convertirse algún día en Amancio Ortega para tener la estructura económica sobre la que explotar a muchos seres humanos y cimentar una familia nuclear que perpetué sin cuestionarlo esa monoheteronormatividad gracias a las colonias de Playboy y a los anillos vibradores de Durex. Solo que el sueño se le truncó.
Su mujer murió antes de que pudieran tener hijxs y la tienda tras una década abierta nunca se convierte en el Imperio Inditex. Mi jefe se deja allí su cuerpo y su alma, pero algo habrá hecho Amancio Ortega que mi jefe aún no logra saber, entender, procesar y poner en marcha.
Y ahí entre yo. Yo llegué a Madriz después de haber estudiado Arte Dramático y un máster especializado en teatro del Siglo de Oro queriendo ser una gran actriz, o lo que es lo mismo, hacer muchos castings de publicidad hasta que consiguiera un representante que me consiguiera castings de ficción y salir de personaje episódico en las series españolas hasta conseguir un papel principal que saliese en alguna temporada, luego otro que fuese fijo en alguna serie y finalmente entrar al cine, hasta que Almodóvar me contratara para una de sus películas.
Mientras tanto me había propuesto trabajar en el gran Imperio del amigo Amancio o alguna otra cosa parecida, pero acabe allí, en la tienda de cartuchos de mi jefe. Un trabajo para nada glamuroso, con más horas de las que yo podía tener para dedicarme a buscar castings e historias que me llevaran a ser una gran actriz, nada de lo que me esperaba cuando llegué aquí. Intenté salir, pero Inditex, El Corte Inglés, Primark y muchos otros me cerraron las puertas de sus estupendos estilos de vida porque no entendían como yo con 24 años, un máster y una carrera quería 20 horas semanales y unx cabeza de familia jornada completa. Así que cuando conseguí que mi jefe me diera las 15 horas semanales supuse que sería mi oportunidad para alcanzar «lo que yo más deseaba».
Y aquí estoy, escribiendo esto para un concurso de relatos que se titula «Historias del Trabajo» porque quizá «lo que yo quería» no era más que «lo que querían otros», el camino que siguen todxs lxs actores y actrices en España, el camino marcado. Porque lo que me tiene que llenar no me llena y no me da ningún resultado, y por eso me deja cada vez más y más vacía. Tal vez eso le pasa también a mi jefe, que siguió un camino marcado y no le dio el resultado que él esperaba. Por eso a lo mejor nos entendemos tan bien psicológicamente.
Cuando llegué a Madrid tuve que dejar a Artaud y a Shakespeare para entregarme al trabajo del «actor-prostituta» como lo llama Grotowski y conseguir salir en una serie de televisión para que mi familia viese que el dejarme sola en Madrid y no haber estudiado magisterio no había sido en vano. Es a lo que me he dedicado toda mi vida, a complacer a mi familia por miedo a que me prohibieran hacer lo que yo quería y a que descubrieran como soy realmente, pues creo que les horrorizaría.
Yo no quiero hacer series de televisión, quiero hacer performances. Yo no soy normal y en mi vida no hay cabida para el pensamiento pragmático. Soy una soñadora, aunque sea difícil compaginarlo con ser una proletaria.Y tengo que aceptarlo y aceptarme, aunque me resulta difícil en mis circunstancias económicas, familiares, etc. No es tan fácil como dice Paulo Coelho. Pero he decidido dar un paso y enviar esta historia, escribir simplemente porque me llena. Escribir historias, mis historias. Escribir poesía. Y escribir mis propias historias para mis propios espectáculos «modernos», «performaticos» y «contemporáneos». Y mientras tanto currar en un Primark, a lo mejor. A ver si esta vez hay más suerte.
La ilusión nos ciega, y la ilusión viene cuando andamos por el camino de otra persona sin saber cual es el nuestro de verdad teniendo nuestras expectativas en lo que le paso a esa otra persona. Creo que cuando te dedicas a lo que de verdad quieres hacer no hay ilusión, hay plenitud. Y eso es lo que estoy buscando.
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