EL DILEMA

Llevaba toda la mañana escuchando hablar a sus compañeros de trabajo sobre la película Assassin’s Creed. La conversación giraba en torno a su rodaje y a sus espectaculares imágenes.

El Credo del Asesino, inquietante título. ¿Cuál sería su primer artículo: Creo en la Muerte, que nos libera de todo mal?

Un ascensor, un despacho vacío, un pasillo estrecho. Cualquier lugar era bueno para demostrarle a ella, una trabajadora madura, quién era el jefe. Jamás habría podido imaginar que en su larga carrera tendría que enfrentarse a una situación semejante. En un primer momento, no le puso nombre; más tarde, pensando, sufriendo, llorando, llegó a la conclusión de que aquello era un acoso sexual en toda regla.

Comenzó a leer sobre el tema, a documentarse. Pensó en aquella amiga de antaño que tanto había sufrido en casa. Pero no era lo mismo, a ella no le podía estar pasando aquello. Seguro que eran imaginaciones suyas, ¿o algo había hecho mal?, ¿le habría incitado a ello? ¿tal vez, seducido?.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. No podía sacar de su azorada cabeza aquellas palabras. Como cuando era pequeña e iba a la Iglesia: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Lo vivía en silencio, ¿quién iba a creerla?, ¿lo podía contar?. No iba a arriesgar su matrimonio. Su dignidad estaba en juego. Todos dirían que una mujer decente le habría parado los pies. Pero nadie sabía lo traumático que era vivir con aquel suplicio.

No era tan fácil denunciar un acoso, sobre todo cuando el acosador era el presidente de la compañía. Sería su palabra contra la de ella. La del todopoderoso frente a una simple trabajadora.

Si acudiese al juzgado, acabaría con su vida profesional, pero también familiar. Y el monstruo tenía una ¡tan entrañable!. ¿Cómo podía ser que, con unas mujeres tan maravillosas a su alrededor, se comportase de aquella manera repugnante? ¿es qué no tenía suficiente amor en casa? ¿por qué se arriesgaba a perderlo todo?. Era pura ambición, poder y sexo unidos, la mezcla perfecta de un vicio inconfesable.

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Y ella, ¿cómo había podido equivocarse? ¿en qué momento permitió el primer desliz? ¿por qué no le cortó el paso inmediatamente?. Solo quién lo ha sufrido sabe lo difícil que es parar al acosador para que no cruce la línea roja. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Una mañana, tras una larga noche en blanco, decidió contarlo a su superior jerárquico, con el que tan bien se llevaba. Seguro que la comprendería. Necesitaba desahogarse, al menos que alguien la escuchara.

Algo iba mal cuando notó que no la miraba a los ojos mientras hablaban. Debería haber continuado en silencio, estaba siendo juzgada. Se lamentó desde el minuto uno.

Al día siguiente, su jefe directo lo había pensado y le dio un consejo: era mejor que pidiera un traslado a otro puesto de trabajo. Su opinión era que ella debía huir, alejarse del monstruo. Nadie la iba a ayudar, la cuerda siempre se rompe por el sitio más débil.

Y todo comenzó a girar en su cabeza, iba a volverse loca. Desde aquel momento, casi le resultaba imposible dormir, comer, trabajar, pensar con lucidez, amar a su amado. Tenía que buscar una solución: ¿Assassin’s Creed?

Pero si no tenía valor ni para ir al juzgado, cómo lo iba a acumular para llevar a cabo aquella idea loca. Durante mucho tiempo la acarició, lo estuvo pensando. Pero era tan injusto dejar esta vida tan bella por aquel repulsivo tipejo, esperpento andante.

Tenía que seguir adelante, levantarse, olvidar aquel pasado fétido, recuperar su pisoteada dignidad. Ahora comprendía bien lo que sienten, cada día, aquellas mujeres que, por decoro o vergüenza, salen de casa con gafas de sol aunque caigan chuzos de punta.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Mª Carmen Martínez Sánchez

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